Notas de un lector

Hilos de vida

Fecha de caducidad (Hiperion. Madrid, 2021) es el primer poemario del autor madrileño Darío Márquez Reyeros (1998)

Publicado: 31/01/2022 ·
12:10
· Actualizado: 31/01/2022 · 12:10
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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La última convocatoria del XXIV premio de poesía joven “Antonio Carvajal”, recayó en Darío Márquez Reyeros por “Fecha de caducidad” (Hiperion. Madrid, 2021). Se trata del primer poemario del autor madrileño (1998) y, en él, se adivina un emotivo viaje por los territorios del ayer, las dudas del hoy y las fronteras del mañana.

Dividido, a su vez, en esas mismas tres partes vitales, su verso surge muy bien ritmado y, al son de su música, se acomoda gratamente el lector. Porque cuanto y cuenta este yo lírico viene tamizado por la verosimilitud de quien siente con intensidad lo vivido y apuesta, de pleno, por mantener su enérgica condición.

Ocupa el primer apartado el reino de la infancia y, desde ella, Darío Márquez Reyeros reconstruye un tiempo donde el patio o el comedor del colegio, los profesores o los deberes, las excursiones o los cumpleaños…, eran rutina insobornable, dicha consumada entre la luz y la inocencia. Aunque también, entonces, la tristura y las pérdidas asomaban por entre las cortinas de los seres queridos: “Nos acoge el dolor y tú me dices./ No volverá mas, hijo (…) Unas palabras me hacen compañía./ Cariño, seguirá/ con nosotros si no dejamos nunca/ de recordarlo, dices convencida (…) Esta casa es silencio./ Te recordamos. Vives. Vives. Vives./ Te sentimos. Rompemos a llorar”.

Lo cotidiano, ese presente que gira tan aprisa y no permite las deshoras, ocupa la segunda sección. En esta, se detiene el poeta para expresar su convencimiento de que todo está aún por descubrir, de que detrás de ese ritmo endiablado que demanda la modernidad, hay espacio para inventariar la semántica de otros horizontes. La música, la lectura, el pensamiento, la contemplación…, deberían ser tareas diarias y firmes, capaces, al cabo, de hacer que el ser humano rescriba todo aquello que lo acerque a la reflexión en lugar de al desencanto: “A veces, cuando el viento sopla fuerte/ y la lluvia es acero insoportable,/ me apoyo en el cristal/ y el tiempo se detiene mirándome a los ojos/ cara a cara, reflejo de mí mismo./ En el vaho, mi frente y la nostalgia/ parecen un retrato melancólico”.

    En su coda, Darío Márquez Reyeros visualiza un porvenir donde la finitud ocupa la quimera de sus versos y entre el hogar, entre los suyos, entre el bordón de lo que termina, va quedando un imborrable poso de amor, de añoranza, de aventuras idas y sin retorno. Un futuro que será así. O tal vez no. Y todo quede en un montón de instantáneas imaginadas, pero sin espacio para otra despedida que no sea la que corta -para siempre- los hilos de la vida: “Murieron por el frío los relojes,/ y en las fotografías/ no nos reconocemos (…) Y parece que fue ayer cuando empezamos”.

Un poemario, en suma, que recorre de manera sentida y cómplice el reto de la existencia, que desnuda los miedos y abre de par las puertas de la ternura y del azar, y refunda todo aquello que es humana meditación “mientras nos acordamos de todo y hasta nunca”.

 

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