No me encuentro entre la multitud de seguidores del universo Marvel. Siempre fui más de tebeo que de cómic, aunque entre mis pertenencias preciadas de niño se encontraba una antología de Supermán que he ido ampliando con el paso del tiempo, lo que me sitúa, además, más cerca de la competencia -DC Comics-, y tampoco.
Mi vínculo con ese “universo Marvel”, en cualquier caso, se ha reducido a las versiones de cine y televisión, sin que tampoco me apasione el catálogo interminable de películas estrenadas durante la última década bajo el sello de Los vengadores, aunque los dos títulos que cerraban el ciclo me parecieron interesantes dentro deldesarrollo circense y artificial de sus secuencias más espectaculares, dignas de un parque de atracciones, pero no de un cine, como trató de explicar en su momento Martin Scorsese. De hecho, sólo he sentido cierto regusto con las dos entregas de Guardianes de la galaxia y Ant-man, porque eran divertidas y sin mayor pretensión que la de responder a cierto entretenimiento tipo de serie B.
Tal vez eso mismo sea lo que me ha llevado a conectar puntualmente con la última adaptación de otro de los súper héroes de la factoría Marvel,Caballero luna, trasladada directamente a la pequeña pantalla a través de una miniserie emitida en Disney+. El personaje, creado a mediados de los años 70, carece de la popularidad y trascendencia de sus primos lejanos -de hecho, la acción original se ha trasladado aquí a Londres, para evitar que entre en colisión con el insufrible metaverso en el que andan envueltos el resto de fantásticas creaciones- y toma forma a través de un entregadísimo Oscar Isaac, que da vida a un tipo irrelevante que sufre un trastorno de identidad disociativo, pero que debe asumir una inesperada misión tras recibir los poderes de un dios egipcio para impedir que el control del mundo caiga en las manos equivocadas.
De desarrollo tan atractivo como irregular, la serie avanza a trompicones, como en una continua reinvención -también por su indefinición- a partir de una puesta en escena a veces delirante y otras embarullada que lastra la atención y el interés, pero que termina dejándose ver y reivindicándose como una superproducción de serie B con un agradable tono aventurero y un acertado reparto en el que también destacan Ethan Hawke y May Calamawy.