El contingente desplegado por la Unidad Militar de Emergencias (UME) en las labores de rescate de supervivientes del terremoto de Turquía regresó en la noche del pasado miércoles a la Base de Morón. Sobre las 20 horas, el A-330 perteneciente al Ejército del Aire tomaba tierra con los 55 efectivos que han formado parte de una misión que se ha prolongado durante nueve días. Entre ellos se encontraba un jerezano, el cabo Adalberto González, que desde hace seis años forma parte del equipo USAR de la UME, especializado en búsqueda y rescate urbano, y que, nada más aterrizar, y tras poder abrazar a su mujer Nuria y a su bebé de diez meses, confiesa que “este rescate me lo llevaré de por vida”.
“Tardamos 29 horas en llegar hasta ellos. Fue una agonía, ya que mientras hacíamos el butrón el bebé no paraba de llorar”Él fue uno de los militares que contribuyó al rescate de una familia -una madre, su hija de cinco años y un bebé de año y medio- que ha permanecido durante cinco días bajo los escombros de cuatro plantas en la ciudad de Nurdagi y a la que pusieron a salvo tras 29 horas de trabajo incesante y agotador, ya que era a su vez una lucha contra el reloj: “Fue una agonía de trabajo, por lo duro de los butrones que había que realizar mientras escuchabas de fondo el llanto del bebé”.
El operativo desplegado desde Morón llegó a Turquía apenas doce horas después de que se produjera el terremoto y estableció su base de operaciones en Islahiye, desde donde a diario se han dirigido a diferentes pueblos de alrededor en busca de supervivientes. Uno de esos municipios era Nurdagi, 45 kilómetros al oeste de la ciudad de Gaziantep, y donde golpeó uno de los seísmos, de magnitud 7,8. “La primera sensación es la de parecer que estás dentro de una película. Es una devastación total. Vas en autobús y solo ves edificios derruidos, y el que no está a punto de hacerlo o ha quedado inhabitable, con los cimientos dañados. En cualquier sitio, alrededor nuestra, solo veías cómo sacaban cadáveres, pero nuestra esperanza era encontrar gente con vida”.
Fue entonces cuando les llegó la noticia de la posibilidad de que hubiese una familia con vida bajo un edificio derruido. En este caso, el primer equipo en intervenir fue el cinológico, con los perros rastreadores, seguido del equipo de búsqueda técnica, “que son los primeros en localizar a las víctimas. Cuando nos dan el visto bueno accedemos al rescate”. Y la única forma de proceder en estas circunstancias es hacer butrones. “Esa familia tenía unos cuatro pisos encima, y tuvimos que hacer un butrón de 3 metros de fondo y una galería de cuatro metros. Entrábamos tumbados. No había espacio para nada. Pero pudimos meter la cámara y pudimos ver a la madre y a los niños, que estaban con vida. Al lograr contacto visual con ella, les pudimos facilitar una botella con agua y suero y, ayudados por un traductor, le dijimos cómo tenía que actuar”.
Lo siguiente fue ampliar el hueco y llegar hasta el bebé, que fue el primero en ser rescatado. Para entonces habían pasado cinco días desde que se les vino el edificio encima y todavía quedaban algunas horas hasta poder poner a salvo a la niña y a su madre. En total fueron 29 horas de trabajo en las que se tuvieron que realizar turnos de doce horas. “Cuando fuimos a descansar esa primera noche no podíamos ni dormir, pensando solo en el agujero”, relata Adalberto, quien resalta admirado la “fortaleza” de esa madre para mantener con vida a sus pequeños. “Creemos que la madre era lactante y le pudo dar al bebé y a la hija para mantenerlos con vida. Esa fue la clave”.
El capitán de enfermería, Francisco Javier Rodríguez Cruzado, se encargó de atender a los miembros de la familia. Este miércoles, al llegar a Morón, relataba a los medios que cuando comprobaron que el bebé estaba vivo empezaron a darle los primeros auxilios y derivarlo a un hospital. “Luego hemos sabido que está evolucionando bien”. El cabo Manuel Ruiz Galindo, por su parte, destacaba lo emocionante que había sido el momento de rescatar a la niña y, como el resto de sus compañeros, asegura: “Hemos vuelto con la tranquilidad de haber hecho todo lo posible, del deber cumplido”.
Fue un momento de felicidad y satisfacción, pero apenas una pausa, ya que a su alrededor todo eran “familias llorando, hijos llamando a sus padres, pidiéndonos que no nos fuéramos cuando no encontrábamos a nadie -expone el cabo jerezano-. Se te echan a los pies porque dicen que han escuchado voces y que incluso habían hablado con sus familiares por teléfono, pero en realidad solo era para llamar la atención y conseguir que buscásemos entre los escombros. Es muy triste ver cómo se destrozan tantas vidas”.
Adalberto González ya había participado en la misión del terremoto de Méjico y en la del volcán de La Palma. “En Méjico, cuando llegamos, solo había cadáveres. En Turquía solo tardamos cuatro horas en llegar y ahí sí teníamos la esperanza de recuperar personas”, aunque en cada escenario encuentran dificultades añadidas. En este caso ha sido el frío, con temperaturas de siete grados bajo cero durante la noche, y con miles de personas en las calles sin donde cobijarse. “AFAD ha montado tiendas por todos lados para dar cobijo, incluso con chimeneas dentro. Pero sigue quedando gente en la calle y hace muchísimo frío”.
Ahora, Adalberto tiene unos días de descanso para estar con su familia, aunque está activado para el caso de que se les pueda necesitar, y si no hay ninguna emergencia que atender participarán en unas maniobras como las que parte de sus compañeros realizan en estos días en la provincia de Granada.