Pero igual que cuando visito el museo del Prado no salgo sin haber admirado al Bosco y su Jardín de las Delicias y su Adán y Eva, siempre que vengo al Thyssen subo a la primera planta y empiezo por la sala que alberga el mejor ejemplo del realismo representativo americano.
En esa sala hay un cuadro de Edward Hooper titulado Habitación de hotel. El cuadro comparte la sobriedad pictorica carácterística del autor neoyorquino y con rotundas líneas verticales, horizontales y oblicuas de trazo directo y simple compone una alegoría de la soledad, la melancolía y el aislamiento. Sentimientos que John Dos Passos había pormenorizado en sus libros sobre Nueva York elevando a esta ciudad a la categoría de absoluta protagonista de su obra.
En el cuadro se ve a una mujer semidesnuda sentada en el borde de la cama. La colcha está meticulosamente recogida en los pies. Hay dos maletas en el suelo no muy lejos de ella: una rectangular y negra donde llevará, sin duda, su ropa de calle y otra, más bien un bolso, donde, estoy seguro, guarda el traje con el que sueña estrenar un musical en la calle 42. Detrás de la cama hay un sillón verde y tras él una ventana entreabierta que muestra la negrura de la noche, de la existencia o, incluso del destino. A la derecha del cuadro hay un mueble que se adivina una cajonera, sobre el que ha colocado su sombrero. Frente a ella, sobre una moqueta verde ha abandonado sus zapatos de forma descuidada, quizás mostrando así la satisfacción que experimentó al desprenderse de ellos porque le atenazaban sus delicados pies.
Está sentada en el borde de la cama con el torso inclinado, las piernas colgando y los brazos apoyados sobre ellas.
Está absorta en una nota que sostiene sus manos. Es un papel apaisado, transparente a la fortísima luz cenital de la habitación. Los estudiosos de Hooper dicen que era un vulgar horario de tren. Están equivocados.
Esa nota contiene el número telefónico de un empresario que le puede abrir Broadway para que triunfe con su indudable talento. El problema es que primero, ella le tiene que abrir al empresario el cofre donde guarda su más preciado tesoro, su dignidad como mujer.