Parece como si Sánchez hubiese cogido todo el argumento sobre el sanchismo esgrimido estos meses por el PP y, hecha una pelota de papel, le diera pataditas en este Congreso investido en investidura para, quizás, establecer un nuevo guinnes de toques de bola sin que caiga al suelo sobre marmóreo escenario parlamentario, todo ello mientras Feijóo, descompuesto, intenta frenar el deterioro de su imagen y la de un PP que se agarra a la idea de que Sánchez no logre mayoría con los ERC y demás y haya repetición de elecciones para el 14 de enero. Con lo cual en Reyes estaríamos en campaña, un regalito más para los españoles. Pero no pasará, Sánchez lo tiene, se le nota en la mirada; el escandaloso hecho de normalizar la amnistía o que Puigdemont entre opinando en el Telediario de la 1 como si fuese un actor político más y no un fugado de la justicia demuestra que la maquinaria creando estados de opinión está a pleno rendimiento para que cuando esto pase, que pasará, la gente lo vea normal. Y no lo es. Eso sí, Rubiales se ha quedado solo ante el linchamiento por meterle en prisión y pese a lo indeseable de su conducta no deja de ser un zoquete que se creyó el más listo y este país no perdona al tonto público, al menos al que se le nota más de lo justo.
Ahora la inteligencia artificial se ha metido en la narrativa política para generar nuevos discursos y textos en la idea de persuadir mejor en temas de actualidad como, por ejemplo, impuestos o derechos sociales y laborales y aunque no pocos alertan ante el previsible mal uso de la idea ante fake news o bots que generen desinformación para manipular aún más a una opinión pública en la que cada día aumenta el porcentaje de indecisos y cuyo voto, manipulable, es clave para la cuenta final, uno se cuestiona si visto lo visto se podría ir a peor. En general. El desmedido ataque de Oscar Puente a Feijóo en la primera sesión de investidura, pese a replicar al gallego y a la medida gramática que empleó, es un ejemplo del show y de cómo se usan las instituciones, sin pudor. No es un hecho, por otro lado, aislado, es la táctica que usan unos y otros según les venga, ante la cual una competencia mayor de hologramas y de inteligencia artificial no resultaría del todo descabellada.
Todo ello poniendo por delante lo hermosa que es la política, al que le gusta lo sabe, es un vicio, puro equilibrio de habilidades para manejarse entre los compañeros de partido –que son lo peor- para destacar y acceder al grupo de poder, seducción hábil con el votante para conseguir gustarle y de él obtener el único poder personal que existe y que es el de los votos y, en algunos casos, no en todos, oportunidad de gestionar y hacerle la vida mejor a los demás, sacar proyectos, buscar inversiones, generar empleo y riqueza. Cuando Teófila Martínez, por citar un ejemplo, cruza el puente de la Pepa que facilita la vida y ahorra tiempo a tantos, pensará, gozosa, siempre, “esto lo hice yo” y ningún aplauso, es de suponer, le dará tanta satisfacción como el que ella se propina a sí misma. Es, desde luego, lo mejor de la política, el legado, la huella de la gestión.
Pese a ello, el voto del votante no tiene memoria, o al menos es muy corta, se deja influir por una serie de factores que fluctúan y es incluso habitual que los mejores en gestión caigan ante otros que prometen arco iris multicolor hasta en días de pleno sol. Pero es así. E irse a la oposición es duro, se pierde todo, el teléfono deja de sonar el mismo día siguiente de perder, los medios de comunicación dejan de estar interesados por su opinión y la corte de palmeros se diluye cual ola en retroceso, ante lo cual solo les queda ese grito en el aire al que pocos prestan atención. Entre gobernar y no hacerlo el abismo es, sencillamente, bestial.
Gritos en Diputación. El reparto del remanente de tesorería en Diputación de Cádiz ha originado diferentes modelos de gritos, de distinta intensidad también. Es obvio que la Diputación presidida por Almudena Martínez ha hecho un reparto del remanente de corte, digamos, político: el 75,2 por ciento para ayuntamientos gobernados por el PP, el 3,19 para PSOE, 21 para La Línea y 0,68 para IU, ante lo cual el PSOE encabezado por Ruiz Boix ha gritado denunciando “amiguismo” y llamando a Germán Beardo el emperador del Roma por haberse llevado siete millones, el que más tras La Línea –entre El Puerto y La Línea se cruza, parece, una línea fina, veremos si permanente por cuatro años o se diluye cual si sobre agua se trazara-. Circula, por cierto, el expediente mediante el cual el ex presidente y natural de San Roque estabilizó su plaza en Diputación mientras ostentaba el cargo supremo de la casa, lo cual es lícito pero, lo que se dice bien, no queda y ese grito, suave, en modo “mirad lo que ha hecho”, emana de los despachos del PP en el roseado palacete.
Grito, en modo mueca, hacen los otros dos poderes establecidos del PP en la provincia, como son Algeciras y Jerez, con cinco y cuatro millones cada uno, menos seguramente de lo que su potencial propone. Pelayo quiere un palacio de congresos nuevo y se le acumula la tarea entre estas cuestiones, la presidencia de la FEMP gracias a su buena relación con Feijóo y que para ella y para Jerez es una noticia de enorme calado que la sitúa en el primer nivel nacional, el Senado y las labores municipales en un municipio tan complejo como es el más poblado de la provincia.
Grito de José María Román, aunque el suyo fue de mentira, forzado, fingido porque como había que disimular y darle algo al PSOE y Román se lleva bien con Beardo le dieron un millón y medio y aunque en Pleno justificó el reparto torticero del PP, cogió el dinero y se lo llevó en una mochila a Chiclana. Normal.
Juan Franco, alcalde de La Línea, no gritó, al contrario, canturrea feliz por los pasillos de la Dipu y, de hecho, no pierde el tono mientras viaja hasta su fronterizo pueblo. Diez millones en el primer reparto, ahí es nada. Con recaudación en sus manos y organizando un equipo técnico hábil a su alrededor, todo le sonríe salvo, tal vez, el hecho de que el PP no gobierne en Madrid y las cosas pactadas a estudio como un régimen especial para su pueblo dependen del gobierno central y este, parece, caerá de manos del PSOE. ¿Le puede llevar eso a cambiar de opinión o le bastará para tensar más a este PP gaditano tan necesitado de él? La vida política demuestra que ser Puigdemont, a veces, resulta de lo más rentable.
Lo peor, en cualquier caso, es gritar y que nadie te escuche. Son gritos huérfanos que se quedan en el aire, perdidos, se los lleva el viento y los eleva a una nube donde miles de ellos conviven perplejos porque no hallaron oídos ni atención.