Por desgracia, hace tiempo que la tierra ha dejado de ser un jardín donde se conjuga lo armónico con el gozo de vivir. En cualquier caso, hay que dejar atrás los egoísmos, ilusionarse por salvar el planeta, ir más allá de las legislaciones, que tantas veces se dejan sin cumplir, lo fundamental es tomar otras actitudes de vida.
Ya se sabe que los recursos genéticos son bienes inalienables, imprescriptibles e inembargables por disposición legal, y que esto significa que se trata de bienes de uso público, a los que hay que conceptualizar para un mejor entendimientos de sus repercusiones mundiales. En cualquier caso, sólo hay que mirar y ver, cuántas veces los recursos genéticos, que son de todos y de nadie, se intervienen para goce de unos pocos, con abusos insostenibles y dominaciones piratas, con explotaciones abusivas de tierras y mares. Sin duda, debemos establecer reglas básicas sobre cómo las naciones deberán compartir el acceso a los beneficios de recursos genéticos, sin obviar formas de compensación para aquellos países que han preservado esos materiales genéticos por décadas, mientras otros los han derrochado, cuando son para el beneficio de la sociedad, del mundo entero. Por consiguiente, a mi juicio, el mejor ejemplo que puede dar la humanidad, el ser humano como tal, para reafirmar la importancia de la conservación de la biodiversidad y del uso sostenible de los recursos, pasa por adquirir conciencia de que nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, cuando nos salgamos del imperio de lo innato, de la ley natural. No en vano, donde la conciencia no vive, por mucha ciencia que nos injerten, el espíritu se nos para. El mundo también necesita avivar esa conciencia colectiva como modo de pensar y vivir, como manera de actuar solidariamente, y no solitariamente, que "un corazón solitario no es un corazón", como dijo el visionario poeta, Antonio Machado.
El cónclave de los representantes de los ciento noventa gobiernos tomaron para sí una nueva estrategia para abordar la pérdida de biodiversidad con metas que deben ser cumplidas para el año 2020. Por ejemplo, los gobiernos acordaron aumentar la extensión de las áreas protegidas a un 17% de la superficie del planeta, y las zonas marinas al 10%. Es lógico incrementar espacios para la vida. No olvidemos que dependemos de la variedad y la variabilidad de los genes, las especies, las poblaciones y los ecosistemas. Los recursos nos nutren, nos proporcionan sustento, nos dan paz y hasta un insaciable deseo de búsquedas. Hace tiempo que la naturaleza nos habla, pero el ser humano sigue sin poner el oído. El actual empobrecimiento de la biodiversidad es un claro ejemplo de que nuestra actividad humana sigue caminos contrarios a la supervivencia y a la propia existencia natural. Ha llegado el momento de cambiar las inhumanas modalidades de consumo y producción que, evidentemente, son una de las principales causas de todos nuestros males, de la degradación de los recursos de la tierra.
Si bien ha de administrarse el mundo de otra manera para no agotar los recursos naturales, puesto que la propia biodiversidad está siendo devastada continuamente, también se evidencia la falta de responsabilidad en el manejo de las fuentes energéticas. La pérdida de biodiversidad, incluida la marina que igualmente está en peligro, tendrá un gran impacto en la capacidad de la humanidad para alimentarse en el futuro, con los más pobres del mundo entre los más afectados. Asimismo, el mundo en desarrollo necesita energías renovables. Al proteger los hábitats se protege también la biodiversidad. Tanto la economía como la ecología ineludiblemente están hermanadas. De ahí la importancia de que en el mundo tengamos buenos administradores. Por ello, más pronto que tarde hace falta poner en valor la gran revolución verde, con la creación de empleos capaces de conservar un medio ambiente más justo e inclusivo para todas las personas y todos los países. Los administradores de este nuevo mundo tendrán que poner más empeño en sensibilizar a la humanidad acerca de la importancia de respetar la naturaleza y sus millones de especies que viven por los mares, en los bosques, en las montañas y también por los azules cielos de las mil veredas con sabor a esperanza. Porque, al fin y al cabo, caer en la desesperanza es el peor de los males, prolonga el tormento y prologa la desesperación.