Una de las experiencias más enriquecedoras que puede sentir una persona está en el disfrute de la literatura. Mucha gente, sin embargo, desconocerá este placer. ¿Nadie les acercó un buen libro? ¿Nunca les leyeron a tiempo? ¿Vivieron una acumulación de malas experiencias? Las causas pueden ser múltiples, pero, si consideramos que la lectura es un tesoro, ofrecer este regalo es una obligación que no debemos eludir.
Lo cierto es que hay quien sostiene -estadísticas, incluso- que se lee más que nunca. A muchos, aun pudiendo creer en este dato, lo que realmente nos duele es el rechazo al libro, en ocasiones, irrespetuoso, que muestran los no lectores: “leer es aburrido”, “eso no sirve para nada”, “no está de moda”, “prefiero un videojuego”. Su regocijo -deberían saberlo- es la aceptación de la involución: la celebración del no conocimiento.
Por el contrario, el amante del libro siempre se ha preocupado de potenciar el hábito lector en sí y en el prójimo, y lo ha pretendido con la certeza de los beneficios que genera el enriquecimiento del pensamiento y, más aún, de la aventura, la fantasía, la emoción, esto es, en suma, de lo existencial. En efecto, leer nos ayuda a pensar y a sentir, a darle forma a lo que vivimos, a tener juicio crítico y a enriquecernos al máximo de toda vivencia que padezcamos. Leer es conocernos, y conocernos es crecer.
Aún más, podríamos señalar que el libro apropiado es terapia que acompaña en momentos de desconcierto, un fiel amigo convertido en la columna que, en muchos momentos, sostiene la arquitectura de nuestras vidas. Del mismo modo que se recetó, en su día, el retiro al campo, quizás sea ahora el momento perfecto para sugerir la curación mediante la reflexión, interioridad y cultivo que propicia el libro.
Fomentar la lectura es una escalera cuyo primer peldaño es indiscutible: con el ejemplo, se predica. ¿Leemos en casa? ¿Nos ven leer nuestros hijos? ¿Promovemos el libro en nuestro día a día? Cuánto bien nos haríamos si retomáramos el camino de la palabra, pues lo primero fue el verbo... Cuidemos el lenguaje y nos cuidaremos. La educación y el respeto son imposibles en el desgobierno de la cultura.