Curioso Empedernido

Medardo Fraudulento

No hacía honor a las raíces de su nombre de ascendencia germánica de “fuerte en su poder”. Todo en él  era falso. Incluso se había inventado su propia historia. Nada de lo que decía era creíble. Sin embargo había caminado desde su nacimiento entre engaños y fraudes y aparentemente le había ido bien.
 Medardo era singular, no solo por su nombre sino por su forma de actuar y comportarse. Su actitud ante los demás, más que la dramatización de la mentira en todas sus formas, era un ataque a la dignidad de quienes tenían la prudencia de escucharle sin decirle cualquier improperio.

Su tendencia a disfrazarlo y manipularlo todo, le había ocasionado algún que otro disgusto, pero el seguía imperturbable en su desvergüenza dispuesto a intentar tomarle el pelo a todo el que se le cruzara en su camino, y no dudaba en el colmo de su cinismo a falsificar el propio fraude de su vida.
Con su manera de ser y estar, había provocado no pocas desgracias e infortunios a aquellos que le rodeaban. Era un mal tipo, una mala gente, un ser despreciable en el mal sentido de la palabra, incapaz de tener la nobleza de admitir un error y aún menos de corregirlo.

Nuestro Medardo jamás tenía dudas, no sabemos si porque no practicaba el sano ejercicio de pensar o porque su falta de ética no le permitía albergarlas no fuera a ser que por equivocación se tornará auténtico y verdadero.
Claro está que Medardo era un pequeño tirano, no respetaba a nada ni a nadie y el había aprendido sin pensar, y cuando por casualidad pensaba lo hacía sin aprender, lo que como decía Confucio no solo era un esfuerzo baldío sino peligroso.

En el fondo y en las formas, nuestro personaje tenía entre otros muchos inconvenientes el de no ser capaz de tener la boca cerrada, con lo que aquellos que deshojaban la margarita sobre si era o no un ignorante o un mal bicho, en cuanto pronunciaba alguna palabra, se le disipaban todas las dudas. Lo peor era cuando hacía gala de su inoportunidad, y lanzaba la tontería más gorda en el lugar y momento más inadecuados, creyendo en su absoluta necedad que había sentado cátedra, que en un alarde de ocurrencia había conseguido dejar a todos y todas sorprendidos por su ingenio, sin reparar que la expresión de los otros era de enfado por su estupidez.
Además Medardo Fraudulento, daba toda la impresión de ser incapaz de sacar ninguna enseñanza positiva de la experiencia, y lucía su ignorancia con arrogancia y una falsa seguridad en todos los foros a los que asistía, para vergüenza y escándalo de todos cuantos les tocaba compartir con él, mesa y mantel.

No sé a ciencia cierta, si nuestro hombre era o no feliz, pero tal vez como decía Enrique Jardiel Poncela, hay dos formas de serlo, una es hacerse el idiota, y otra es serlo realmente, cual era la situación del sujeto en cuestión es una incógnita sin despejar. Otra de sus  características era su afán en aparentar saber todo aquello que ignoraba, y en esa espiral inaguantable, se empeñaba una y otra vez, en decir lo simple  de forma complicada, utilizando vocablos que ni él mismo sabía lo que significaban, pero que suponía que producía en los demás un efecto seductor e hipnótico. En el mundo hay demasiados Medardos sueltos, y lo importante, no siendo despreciable, no es su cantidad sino el enorme daño que pueden hacer, el sufrimiento que producen y que sus decisiones no tengan solución, nos den dolores de cabeza y nos resulten muy caras.

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