Curioso Empedernido

Candidato sin luces

Dice el filósofo que el hombre o la  mujer no suele considerar inteligente a otra persona, salvo que sea su enemigo. No era el caso de nuestro candidato. Era muy vanidoso y prepotente como buen necio, lo que no le beneficiaba en absoluto y decía muy poco de su inteligencia social. Había sido designado digitalmente por su organización como aspirante a la alcaldía de su ciudad por sus pocas luces, aunque en muchas ocasiones le halagaban con piropos y adjetivos  sus inexistentes cualidades, porque sus mandamases sabían que gracias a su tontura soberbia era fácilmente manejable.

Nuestro personaje no era ni lo mejor ni lo peor de la política, y entre el ruido y la contaminación electoral, en ocasiones se mostraba impulsivo y colérico y en otras aparentaba ser el ser el más encantador y amable del mundo aunque mientras te abrazaba estuviera al mismo tiempo clavándote el puñal en la espalda. Su estado ideal era cuando no abría la boca. Sus manifestaciones eran la evidencia de su desconocimiento, ya que pasaba la mayor parte del tiempo fuera de su ciudad, en otros menesteres más importantes para él. Su ausencia de argumentos y razones eran una constante en su discurso. Su torpeza sin límites y su falta de información eran la mayor característica de su retórica vacía.

A las claras y las oscuras no se lo pensaba demasiado antes de actuar, con lo que en muchos momentos evidenciaba su falta de humildad. Se vislumbraba lo que era capaz de hacer si llegaba al poder de nuevo, y con su egocentrismo alimentaba crisis y conflictos más que lograr pactos y acuerdos. El se consideraba el mejor de los mejores, y creía encontrarse en plenitud de facultades, cuando cada vez que afirmaba algo sobre cualquier cuestión de actualidad, era el hazmerreír de propios y extraños, pero en su cerrazón solo oía las voces que le acompañaban como  un coro que le hacían el eco o le seguían la corriente aunque lo que dijera fuera el mayor de los disparates.

En lo que demostraba ser un cuervo buscando la carroña más que un águila oteando el horizonte, era en el trato con su equipo y colaboradores, y no dudaba un momento en dejar tirado y a los pies de los caballos de forma miserable al más leal de su equipo, actuando con un egoísmo que en ocasiones derivaba en despotismo.
Pensaba, era un decir, porque lo que era darle  al “magín” no era precisamente el deporte en el que más destacaba, y por mucha propaganda con la que le regalaran dramatizando sobre los estropicios de sus adversarios, no convencía a los cabreados e indecisos.

  Vociferaba sobre todos los males y calamidades de  sus oponentes, su  pésima gestión, su ferocidad recaudatoria y la crisis que podría crearse si los ciudadanos y ciudadanas no decidían elegir a su excelsa persona; pero no calaba en la gente sencilla que lo estaba pasando mal, tal vez porque recordaban que él había estado durante mucho tiempo y no había hecho absolutamente nada. Creía que llevar razón era gritar mucho para hacerse oír, y en sus pocas luces no se daba cuenta que cuanto más lo hacía más quedaban en evidencia sus carencias, su falta de ideas y de propuestas. Cada día que pasaba, la realidad ponía negro sobre blanco y proyectaba su  único y obsesivo objetivo, colocarse en la poltrona, destruir al adversario y aprovechar el poder en su propio beneficio.

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