La escritura perpetua

Linda Lindo

Elvira Lindo es linda. A principios de los años 80, momento en el que se desarrolla su última novela, 'Lo que me queda por vivir', publicada el pasado otoño, ella trabajaba en Radio Cadena Española como guionista del magazine vespertino de María Teresa Campos. Radio Cadena estaba en el ático de un edificio altísimo ubicado en la calle Huertas de Madrid, que en su día fue la última sede del diario 'Pueblo'. Elvira Lindo, cordial y cercana siempre, linda, ya está dicho, pasaba las tardes escribiendo folios y folios a contrarreloj para la Campos. Eran tiempos en los que en la radio se cuidaba mucho la palabra.


Había momentos de nerviosismo de Elvira Lindo, que se iba al pasillo y, entre un grupo reducido de periodistas amigos suyos, se arrancaba a imitar a María Teresa Campos:
-”Se ha puesto a decirme, durante la publicidad, pero niña, qué ezzz ezzzto, qué ezzz ezzzto, qué hazzz ezzzcrito aquí?”.
Luego se quedaba sola, melancólica, con la mirada posada sobre el enorme ventanal de la emisora, flaca y como desasistida, madre, efectivamente, de un niño de pocos años, y observaba desde aquellas alturas las luces del sur de Madrid, Vallecas a la izquierda, Carabanchel a la derecha. Carabanchel. Nadie podía imaginar que tal vez en ese momento de soledad y silencio, la mente de Elvira Lindo, sin ni siquiera ser ella misma consciente de ello, estaba gestando otra criatura, esta vez literaria: Manolito Gafotas.
Por la noche, Elvira Lindo recogía lentamente sus cosas, alegre y melancólica a la vez, y mientras casi todos se lanzaban a vivir hasta casi el amanecer la noche en la calle Huertas, uno de los principales núcleos de aquella Movida madrileña alucinante y alucinógena, Elvira Lindo se marchaba a casa, porque la esperaban su hijo y su marido. “Jamás se debe hacer el amor cuando el amor hace daño”, escribe en su novela Elvira Lindo. Era ramoniana y umbraliana. Acaba de publicar también la colección de artículos titulada 'Don de gentes'.Su obra ha evolucionado desde la anécdota a la profundidad. Elvira Lindo nunca ha perseguido la excelencia literaria. Quizás porque, como sostiene Manuel Vicent, “la perfección es muerte; la imperfección es el arte”.
Ahora caigo en que jamás la vi tomarse un tinto de verano.

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