La escritura perpetua

La voz dormida

Los ojos muy abiertos y azulísimos de la joven actriz María León expresan el horror, la incertidumbre, el amor, la incredulidad, el miedo y la ternura, de una manera que conmueve al espectador de la película ’La voz dormida’, que en algún momento incluso pueden devolverle a la pantalla, sobrecogidos, una mirada con esos mismos sentimientos en un acto de complicidad involuntaria, tras el trabajo colosal de esta intérprete en la cinta dirigida por Benito Zambrano.


‘La voz dormida’, película inspirada en la novela de Dulce Chacón, se había convertido en uno de los estrenos más esperados del otoño. La cinta está llena de buenas intenciones, incluso es una película necesaria en los tiempos que corren, pero adolece de dos cuestiones fundamentales: la mayoría de los personajes son estereotipos y el director no ha hecho una síntesis sobre el mensaje concreto que quería transmitir, de modo que el espectador recibe un volumen de información totalmente innecesario por ya conocido.
Lo esencial de ‘La voz dormida’ es su lectura sobre el papel que las mujeres del bando republicano realizaron en los cinco años siguientes a la finalización de la guerra civil. Eso es lo verdaderamente sugerente y nuevo de la película. Las mujeres en las cárceles del franquismo. Y las que apoyaban desde fuera. El trato criminal incluso con las que estaban embarazadas. Pero Benito Zambrano acumula matices y cuenta cosas en paralelo que todo el mundo conoce por otras películas, por los libros, o incluso por las series televisivas. Interesa, sobre todo, la relación entre las dos hermanas, papeles interpretados por la colosal María León, y por Inma Cuesta (‘Primos’), que a veces lleva su personaje de mujer encarcelada, embarazada y condenada a muerte, a connotaciones de heroína lorquiana que chirrían.
“Ponte carmín, que la Policía cree que las mujeres bonitas no se interesan por la política”, le aconseja una camarada a Pepita (María León) . Y queda la escena final, con Pepita aferrada al bebé bautizado a la fuerza, el bebé con su madre recién fusilada, y que los vencedores intuían ya como uno de los suyos. O tal vez no.

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