Es obvio que cada cambio estructural en una ciudad provoca siempre reticencias, pero el análisis de si los cambios son buenos o no no lo pueden dar únicamente los afectados más directamente, sino el paso del tiempo. Por eso, se deben tranquilizar los ánimos, sentarse a hablar --algo que se debería haber hecho antes antes de esperar a que se llegara a esta situación sin punto de retorno-- y dar una oportunidad al proyecto de transformación de la ciudad en materia de Movilidad que quiere desarrollar el Ayuntamiento, porque este carril-bus es sólo un paso y quedan otros muchos por hacer, como puede ser la decidida apuesta por el tranvía y los profundos cambios que va a crear en media ciudad.
La protestas en la calle, las amenazas de cierre de comercios o de despidos no son el camino para solucionar nada, ya que lo mismo se vivió en su día con la peatonalización de la calle Larga y ahora nadie querría volver a atrás en este cambio. Las ciudades deben transformarse y evolucionar aunque provoque daños o perjuicios a determinados colectivos. Para esos ahí está el diálogo y el consenso, pero nunca bajo la presión de la movilización o el chantaje y, sobre todo, bajo el prisma que se debe incumplir la ley (como es aparcar en doble fila) para favorecer unos intereses particulares sobre los de toda una ciudad. Es inadmisible que haya quien quiera que nada cambie porque le va a romper su rutina. La gente debe adaptarse a los nuevos tiempos, porque el problema de hoy en un colegio puede ser la solución de mañana en su propia vivienda y la responsabilidad de los ciudadanos no es sólo pagar sus impuestos, sino asumir, e incluso se podría decir que exigir, que Jerez evolucione y sea más habitable y cómoda para todos sus habitantes. Obsesionarse con un problema puntual ni es la solución ni es responsable.