La Monarquía unas veces pone y otras, indispone. Las monarquías europeas parece que se reparten los escándalos por décadas. En los 80 fueron los Grimaldi los que coparon el papel couché con los divorcios y el corazón roto de desamores y desgarros de Carolina de Mónaco, y los reiterados topless playeros de Estefanía, desnudos de sol y oro.
Lo escribió alguien: “el seno es un instante entre dos camisas”. En los 90 fue Diana de Gales quien emprendía una carrera a toda velocidad hacia la muerte huyendo de la telerrosa, de sí misma y del Príncipe de Gales, que la llevaba a algunos actos oficiales ataviado él con una faldita escocesa. Ahora es la Monarquía española, que siempre fue un ejemplo de cordura y de saber estar, la que hace sourfing en lo alto del tsunami del ridículo y del autodesgaste. El niño Froilán se ha dado un tiro en el pie, una metáfora del desaguisado interno que padece la Corona. Y la infanta Elena y la Reina Sofía se pusieron a jugar a mujeres ingenuas en la puerta de la clínica Quirón cuando afirmaron: “Es cosa de niños”. Porque la Reina es una mujer cultivada, fuerte e inteligentísima, pero no ingenua.
El escritor Juan José Millás ha escrito en ‘Interviú’ que Isabel Sartorius ha devenido con el paso del tiempo en un arrabal de la Monarquía, que ya cuenta con otros, como Marichalar y Urdangarín, cada uno por sus propias razones. Sartorius ha publicado un libro en el que confiesa que se escondía en el maletero del coche de sus amigas para ir a ver a Don Felipe, cuando el noviazgo entre ambos. Millás sostiene: “Hay que ser un Príncipe muy raro para tolerar algo así”.
Y se ha editado otro libro sobre la soledad de la Reina y las supuestas infidelidades del Rey. Francisco Umbral solía escribir que “el Borbón borbonea”, una frase que nadie entendía bien, tal vez ni el propio autor. Pero ahora sí hay cierta sensación de que el Borbón borbonea. El Rey se partió una cadera cuando llevaba cuatro días cazando elefantes en Botsuana, en unas fechas en las que se desplomó la Bolsa y la prima de riesgo se enrolló como una serpiente venenosa en el cuello de la ahogada economía nacional. A todo esto, el Rey se encontraba a tiro limpio contra los elefantes de África.
Don Juan Carlos, héroe de la Democracia tras el 23-F de 1981 para siempre, transmite la impresión de que con el paso de los años ha ido ausentándose de su condición de Rey por propia voluntad, para transformarse en un señor de gesto algo aburrido que se limita a aparecer por televisión la Nochebuena antes de la cena familiar para leer un discurso que le ha escrito alguien. En España, un país tan angustiado actualmente por la crisis económica, no existe un debate en profundidad sobre la Monarquía, ni a nivel político ni social. Es la Casa Real la que parece haber abdicado de sí misma en una extraña carrera por dilucidar cuál de sus miembros comete el mayor disparate. Resulta extraña, sí, esta sucesión de despropósitos reales, porque la continuidad de la Monarquía es una cosa que sólo preocupa a los heraldistas, a Cayo Lara, y a los redactores jubilados del ABC.
La escritura perpetua
El tiro real

- Luis Eduardo Siles
- La escritura perpetua
Publicado: 26/04/2012 ·
22:07
Actualizado: 26/04/2012 · 22:07