Llueve. El otoño empieza a sentirse. Un acogedor patio de una casa a los pies de la parroquia de San Pedro se convierte en sala de tertulia, en taller de cultura y en confesionario de pregoneros. A Pepa Caro le han encomendado el de Semana Santa y a Pedro Sevilla el de Navidad: la muerte y la vida, o simplemente la vida. Por ahí fueron los derroteros de la amigable charla…
Ambos tienen en común haber compartido el pregón histórico del cincuenta aniversario de la fundación de la hermandad de las Tres Caídas, un encargo de su amigo Víctor Marín. Pepa Caro y Pedro Sevilla eran unos muchachos inquietos, aprendices de poeta y con un camino incierto que recorrer en la vida…
Los años, tanta lluvia y tanto sol, los han hecho hoy un hombre y una mujer maduros, llenos de experiencia y con las ideas claras de lo que quieren transmitir en sus respectivos pregones oficiales. Los dos comparten en sus primeras impresiones “el orgullo” que les supone que tanto la Asociación de Belenistas La Adoración como el Consejo Local de Hermandades y Cofradías les hayan requerido para los próximos pregones. Pedro diría que “es un premio a nuestra trayectoria literaria”, la cual se sustenta en la publicación de un puñado de buenos libros conocidos por todos los arcenses y más allá de las fronteras de Arcos.
Rodeados de macetas, se muestran en ocasiones ingenuos como niños, porque, como diría Pedro Sevilla, “ahora nos reímos de nosotros mismos, eso falta en la sociedad actual; es decir, la capacidad de reírnos de nosotros mismos”. Pero dentro de la seriedad que exige pronunciar un pregón, los dos son conscientes de que se han pronunciado exaltaciones que han dejado el nivel muy alto y por ende difícil de superar. Recuerdan a los hermanos José y Jesús de las Cuevas -tuvieron la dicha de tratarlos en vida-, cuyos pregones solían oír en cinta cassete en casa del recordado Víctor Marín. Pero sobre todo aluden al pregón de la Semana Santa de Sevilla que pronunció el hijo ilustre de esta ciudad Antonio Murciano, que consideran, por llamarlo de algún modo, la madre de los pregones. Asimismo, son conscientes de la trascendencia religiosa, más allá de lo puramente estético y poético, que conllevan sus respectivas responsabilidades.
“Tenemos que dar un mensaje de nuestras creencias. Tanto la Navidad como la Semana Santa se prestan a muchas interpretaciones. Tienen un lado didáctico. Estoy preocupada por dar lo mejor de mí misma”. Así se expresa Pepa Caro, quien parece querer abrir un debate al guiñar a su amigo Pedro que “la Navidad es más amable”, a lo que el pregonero de las pascuas le responde que, vale, pero que uno no se puede quedar en el tópico de la anécdota y el villancico. Pedro Sevilla, que sabe hurgar en la fibra sensible del ser humano, dice contundentemente que la grandeza de la Navidad radica en “la llegada del Amor” de la mano de un hombre llamado Jesús.
Los dos tienen claro que poseen “la teoría”, pero que deben tejer un pregón que emocione. Las conclusiones llegarán después. Pepa da otra clave: “Hay que ser sincero y honesto”, intentar no caer en los tópicos y en la búsqueda de un aplauso fácil, aunque el otro amor, el del “por el pueblo”, esté presente inexorablemente. El pueblo como escenario de las vivencias de esta collera literaria, el pueblo como clave de la belleza, la tradición y el sentido evocador a los ojos del arcense y del visitante curioso.
A Pepa Caro se le escapa desvelar que el pregón de la Semana Santa de 2013 será puro verso, segura de que conserva “las formas que están dentro del oficio poético” que tan bien conoce. Pedro Sevilla, en un arrebato crítico, declara que nadie le puede quitar a su amiga Pepa el amor que siente por su pueblo, pensando en los improperios que ha recibido en internet con motivo de su designación como pregonera de la Semana Santa. Pepa sabe que es el lastre de una carrera política tan denostada como aclamada… De hecho -sigue Pedro- los dos se han prestado siempre, desde hace décadas, a colaborar con cuantas hermandades y otros colectivos le han solicitado algún pregón o presentación.
Es el momento de desnudarse. Pedro reconoce que un mal día se sintió apático ante la Navidad, esa Navidad que él llama “la Navidad de las sillas vacías”, donde siempre hay una libre para aquel ser que ya no está. Él sabe bien lo que eso significa. Pero también sabe que lo más grande del mundo es la llegada de un nuevo ser, de un niño, al que Pepa Caro le pondría los apellidos de “ternura, fragilidad…”.
La pareja pregonera establece aquí una interesante tertulia acerca de las contradicciones emocionales que ofrecen Semana Santa y Navidad; la primera porque, a pesar de celebrarse en medio del estallido primaveral en la naturaleza como símbolo de la vida, se vincula a la muerte de Cristo; y la segunda porque, a pesar de anunciar el nacimiento por antonomasia, se desarrolla en la oscuridad y en el frío del invierno; paradojas y contrastes que inevitablemente marcan el carácter de las personas ante ambas citas, particularmente en nuestra Andalucía.
El romance, la leyenda, el villancico profano y “picante”, producto tal vez de la degeneración de otros cánticos de mano del pueblo llano, lo que ahora se llama la transmisión oral, deja su huella en el modo en que entendemos la Navidad en nuestra tierra, que diría aquí una castiza Pepa Caro: “Garbanzos verdes, entren pá dentro…”, con lo que quiere explicar que aquí, como sentimos nuestras celebraciones, todo acaba en fiesta. Y en su caso, la fiesta es la resurrección como origen, el rebrote anual de la vida.
Aquí paran una amena charla en la que inciden en que “no se trata de competir ni de desmerecer el trabajo de otros pregoneros”: la sombra del inmaculado pregón cofrade de Antonio Murciano en Sevilla planea sobre sus cabezas. No podía ser de otro modo viniendo de un maestro al que los años lo hacen cada vez más admirado. Eso también es amor.