El Puerto

En la soledad de un banquillo

La soledad del técnico es eterna, se sobrelleva en las victorias y se agudiza en las derrotas.

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Si el fútbol son resultados, los entrenadores siempre van sujetos a él, para bien o para mal. Tres resultados adversos han bastado para separar la paja del grano, del fiel al infiel y del adulador al traidor.

Nada como vencer para tapar críticas y vergüenzas ajenas, para enmascararse en el resultadismo y para volver a tirar del saco de los halagos y abrazos varios, del Judas de turno. La incoherencia encuentra en éste su sitio habitual, su comodidad y su razón de ser.

Un entrenador, al igual que un árbitro, difícilmente encontrará una peña y un colectivo que le aplauda contra viento y marea. La soledad del técnico es eterna, se sobrelleva en las victorias y se agudiza en las derrotas.

Lo triste, lo penoso diría yo, es cuando desde dentro, los que deben salir en defensa cuando pintan bastos, se disfrazan de aficionado barato y te venden al mejor postor. Por 30 monedas miserables siguen traicionado 2000 años después.

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