Lo que queda del día

Se me ocurren muchos nombres

Tal vez si empezamos a llamar las cosas por su nombre terminaremos de concienciar a una sociedad que tiene muy claro cómo llamar a las cosas cuando tiene que pronunciarse a las puertas de un juzgado.

A mí también se me ocurren muchos nombres, muchos calificativos y descalificativos, insultos que incita la desesperación, la rabia y la incomprensión ante nuevas manifestaciones de violencia contra una mujer, por supuesto contra cualquier ser humano inocente con derecho a seguir su vida, pero, aquí y ahora, pesan las circunstancias, las reiteraciones, las cifras, el dolor, la cercanía, que sea de nuevo una mujer, una madre, una joven. Se me ocurren muchos nombres. Los escucho salir de entre quienes aguardaron a pie de calle al presunto asesino a que diera la cara ante el juez, como gritos de condena implorados al cielo. Posiblemente tendrían otras muchas cosas que hacer, pero estaban allí, con las entrañas revueltas por lo que le habían hecho a su vecina, a su amiga, por lo que le habían hecho a Miriam, por no volverla a ver, por arrebatársela a sus padres y a su bebé. Cuántos nombres atropellados en la garganta y en la conciencia. Se me ocurren algunos.

Se me ocurren muchos nombres, aunque sólo sirvan para el desahogo momentáneo, para ilustrar la frustración, para describir las emociones, como un destacado en mitad de una crónica de sucesos, pero, sobre todo, tengo muchas preguntas, muchas dudas, que remiten a la evolución de una sociedad española más igualitaria que la de hace 30 o 40 años, pero que sigue sin derrumbar determinadas barreras intergeneracionales, y que remiten, también, e indudablemente, al ámbito de la educación, la que se inculca en los colegios y en nuestros hogares.

Escribía hace unos días el profesor Carlos Colón en relación con el caso de Jerez que “algo ha fallado dramáticamente en la educación de los jóvenes”, y ponía de ejemplo que la edad media de los asesinos que han perpetrado crímenes de violencia machista en este 2013 es de 40 años; es decir, personas “formadas y educadas en plena democracia, como parte de una sociedad que dejaba atrás la lacra machista” imperante en las “leyes y las conductas durante la dictadura”.

Sospecho que sigue siendo demasiado pronto, que no se trata sólo de lo que nos inculquen en la escuela, sino de una experiencia vital que tiene que terminar de forjarse desde los hogares, y en España, donde siempre llegamos tarde a casi todo, empezando por la Democracia, hemos afrontado demasiado tarde la reivindicación de una necesidad, la de la igualdad de sexos en los roles sociales, familiares y profesionales. 

Yo mismo formo parte de esa “edad media” que llegó al colegio recién derrocado el régimen, y no logro recordar a ningún compañero de clase cuya madre tuviese otro trabajo que el de “ama de casa” o “sus labores”, que era como le decíamos al profesor el primer día de curso cuando escribía a mano cada una de nuestras fichas personales -puede que uno o dos tuviesen una madre que fuese maestra; a lo sumo había quien se encontraba en el recreo con la suya encalando la fachada del patio porque el Ayuntamiento la había contratado una semana-. Y esa realidad permaneció enquistada todavía muchos años.

“Demasiados años de gañanías”, como dice mi amigo Diego, demasiados años de velatorios en los que las mujeres lucían el luto y asumían el recogimiento mientras los hombres fumaban en las casapuertas, demasiadas casas de Bernarda Alba, demasiado tiempo de encorsetamiento social, demasiado tiempo habituados a esas y muchas imágenes, a que se perpetuaran determinados roles, y a que no se llamaran las cosas por su nombre.

Porque el problema no es que hasta hace dos telediarios se le siguiera llamando al asesinato de una mujer a manos de un hombre “crimen pasional”, sino que seguimos empeñados en llamar “violencia de género” a algo tan manifiesto como es la violencia machista, porque como escribió hace ya unos años Alex Grijelmo, “no puede haber violencia de género, como no puede haber violencia de subjuntivo”, por mucho que la ONU insista en unificar una terminología de comprensible aplicación en inglés (donde el género también alude al sexo) pero no en castellano. Tal vez si empezamos a llamar las cosas por su nombre terminaremos de concienciar a una sociedad que tiene muy claro cómo llamar a las cosas cuando tiene que pronunciarse a las puertas de un juzgado.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN

Enhorabuena a los premiados
Los niños ya no quieren ser Supermán
Visítanos en Facebook
Visítanos en X
Recibe tu periódico a través de Whatsapp
RSS
NEWSLETTER