Lo que queda del día

Los niños ya no quieren ser Supermán

Saber lo que quieres ser de mayor está infravalorado, al menos en nuestro país, donde los científicos recién licenciados tienen que hacer de extranjeros para poner su apellido en la puerta de un laboratorio

El viernes llevé a mi sobrino de 10 años a  que viera El hombre de acero. No tenía ni idea de quién era Supermán, y mucho menos que volaba y era indestructible. Traté de compadecerle por estar sometido a tan corta edad a la tiranía del prime time infantil. En cualquier caso, al término de la película fue él quien tuvo que compadecerme, vista la insostenible deriva del cine comercial que se practica en Hollywood y la auténtica falta de escrúpulos a la hora de traicionar la esencia de cualquier símbolo -la misma “S” de Supermán- en virtud de la misma tiranía de quienes marcan tendencia desde la pequeña pantalla.

El Supermán que yo recuerdo, no sólo volaba y era indestructible, tampoco encontraba rival en ningún otro súper héroe -nadie tiene sus poderes, y en la mayoría de los casos tampoco sus valores-. Por eso mismo, a todos nos gustó siempre de niños ser un poco como él, y no me refiero solo a lo de volar con capa, ser el más fuerte y cambiarte de ropa en un segundo, pero algo debemos estar haciendo mal cuando ya ni el cine es capaz de reflejar nuestros propios sueños y se empeña en mortificarnos con mensajes apocalípticos de ciudades reducidas a cenizas y una humanidad sin salvación -¿quién coño va a querer ser este Supermán que destruye todo Metrópolis y después se pone las gafas de Clark Kent para pedir trabajo en el Daily planet como quien pasaba por allí? No creo siquiera que haya que darle las gracias-.

Hemos llegado a un punto en el que saber lo que quieres ser de mayor está infravalorado. Ya ni siquiera es un premio para quien lo consigue. Al menos en nuestro país, donde los científicos recién licenciados tienen que hacer de extranjeros para poner su apellido en la puerta de un laboratorio y sin recompensar al Ministerio de Educación por los “derechos de formación”, algo en lo que las escuelas de fútbol parecen llevarle mucha delantera al propio Gobierno.

Pueden preguntar a cualquier profesor de la UCA. Seguro que les pone más de un ejemplo de lo que está ocurriendo ahora mismo en nuestro país con los talentos en fuga, con aquellos jóvenes que para consumar lo que quieren ser de mayores han tenido que buscarse la vida en otros países, porque aquí, a lo sumo, terminan sirviendo copas o menús del día en un chiringuito de Marbella, Ibiza o Estartit.

Es más, los hay que incluso te pueden hacer el cálculo de lo que le ha costado al Estado formar a cada uno de ellos -me citan un caso concreto que se eleva por encima de los 230.000 euros- para que posteriormente se les dé la espalda y tengan que marcharse finalmente a Holanda, Alemania, Suecia o Estados Unidos para desarrollar la patente en la que investigaron durante su doctorado y que ahora se comercializará y rentabilizará bajo otra bandera.   

Pero, en fin, cuando dentro de diez días salgan de nuevo las cifras del paro, y el desempleo siga marcando una feliz línea descendente gracias a nuestra potente industria turística, lo celebraremos desahogadamente, como si nos sobrara desde hace mucho tiempo el primer botón de la camisa ante la presión del nudo de la corbata, aunque sólo sea por el respiro que supondrá para muchas familias, para aquellos que necesiten pagar sus estudios, o que sepan que aguarda un invierno muy largo, y nos reconfortará pensar que se están haciendo las cosas bien, que los números van por el buen camino, que además en octubre arranca un trimestre de esperado crecimiento económico...

Así hasta que en mitad del alivio llegue alguien a recordarnos el chiste. Supongo que ya estarán al tanto: se celebra una convención de científicos de todo el mundo en Nueva York y se acerca un español que pregunta “¿y usted qué desea tomar?”. Era el camarero, obviamente.

Nada mejor que el sentido del humor para que se esfumen las predicciones de mesa camilla y el vacío de tantos titulares. Si hasta nos hemos hecho a la idea de que este tiempo, más que nunca, no tiene vuelta atrás, qué más da que los niños hayan dejado de soñar con ser Supermán; con tal de que no se conformen con ser lo que les digan que tienen que ser habremos avanzado algo.

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