Simone Simonini, de 95 años de edad, es consciente de que este mundo no tiene nada que ver con el que le vio nacer, aunque mantenga algunas de sus constantes vitales -las imprescindibles, dentro de su condenada y eterna voracidad-. Su bisabuelo, el auténtico Capitán Simone Simonini *, nacido en el Piamonte, aunque con sangre francesa y establecido en sus años prósperos en París, reconoció lo propio en sus memorias a finales del siglo XIX; es decir, que el mundo aceleraba sus pasos rumbo a la modernización, pero los instintos naturales que alimentaban al hombre eran los mismos en los que le instruyó su propio abuelo casi seis décadas atrás: el ansia de poder, la acumulación de riquezas, el afán conspirador, la debilidad del alma y la credulidad compartida.
Simone Simonini se limita, ahora, a la luz de la experiencia, de los hechos y los titulares de prensa, a constatarlo, desde la identidad que ha mantenido intacta durante los últimos casi cincuenta años, cuando decidió establecerse en un pueblo del sur de Europa en busca del clima y mejor calma, y -también debe reconocerlo- huyendo de nuevos movimientos sociales que alterasen la estabilidad en la que había logrado instalarse -no sin cierta habilidad, innata entre los Simonini- tras la segunda Gran Guerra.
En realidad, su afán no era otro que huir de su propio pasado, de los dedos que apuntaban en su dirección -como antes ocurrió con sus antecesores, toda una saga fiel- en busca del talento atesorado por su bisabuelo, de un inmarcesible prestigio fundamentado en los servicios prestados por el auténtico capitán Simonini a gobiernos e instituciones de todo orden, espíritu y nacionalidad, siempre al mejor postor, siempre inspirados desde una imperturbable autoestima y el más absoluto desprecio hacia los demás, excepto a los que sabían cocinar.
Él nunca quiso ser como él, actuar con su impunidad, con su misma sangre fría, aunque no dejaba de reconocer su efectivo despliegue como agente doble, su claridad de ideas -aunque muchas de ellas resultasen detestables a los ojos de cualquier ciudadano de este siglo XXI-, su diabólica técnica conspiratoria y la meticulosa maquinación, aunque deshonrosa a la postre, con que urdía planes criminales por cuenta tanto ajena como propia en favor de una recompensa muy onerosa.
Aquella huida fue definitiva y provechosa, en todos los aspectos, y la única forma de hacer volver el apellido piamontés y el título de capitán a su memoria, es a través del volumen centenario que aún conserva en su biblioteca, al que acude con escasa frecuencia pero intacta curiosidad, convencido de que la historia no hace más que repetirse una y otra vez, en distintos escenarios, con diferentes protagonistas, por supuesto, pero bajo las mismas motivaciones, los mismos intereses, hasta el punto de que puede llegar a confundir lo ocurrido hace siglo y medio en el corazón de Europa, con las disputas políticas del presente, salvo que cambiando las armas de fuego y los campos de batalla por intereses bancarios y predominios económicos de los mercados; o confundir el asedio de las fuerzas prusianas sobre París con la masacre que se vive en estos momentos en Siria; o las conspiraciones judeo masónicas, con las directrices del FMI o del BCE; o algunos nombres propios de entonces con los de Julian Assange o Angela Merkel; o el fin de la crisis del presente con el cambio de ciclo que se vivió a finales del XIX -quién sabe si también encuentra algún paralelismo con lo que está ocurriendo ahora mismo en Gibraltar, puesto que la historia está llena de despropósitos-.
A veces, también es cierto, logra sorprenderse con lo que ocurre ante la falta de paralelismos con el pasado: esta semana ha visto a un grupo de hermanos musulmanes protestar en Egipto reclamando la intervención de extraterrestres en el conflicto. Uno de sus nietos le ha mostrado un twitter que advierte: “...y si vienen los extraterrestres, ¿a qué jefe de gobierno con garantías mandamos para negociar?”. La falta de respuesta es, en este caso, la que contextualiza el presente con el pasado.
(*El Capitán Simonini es el protagonista de la última novela de Umberto Eco, El cementerio de Praga)