Ser ambicioso es hasta cierto punto una virtud. La ambición es una de esas cualidades que tiene una estrecha línea que la delimita y que, si se traspasa, puede convertirse en todo lo contrario: en un feo defecto llamado avaricia que en ocasiones, como dice el rico refranero español, acaba con proyectos e ilusiones al partirse el saco que los contienen.
La avaricia es propia de personas que no tienen límites para nada en su vida, ni tan siquiera para la educación o el respeto hacia los demás. Los avariciosos, entiendo, llevan en sus alforjas una gran dosis también de egoísmo, aparte de otras muchas cualidades de las que uno debe sentirse apartado.
No escribo esto por nada en especial, tan sólo por ver actitudes que tengo a mi alrededor, donde la muy probada ambición sana ha ido degenerando en un estado avaricioso casi imposible de soportar.
Vemos en ocasiones, a través de los medios de comunicación, cómo en estos difíciles momentos que estamos viviendo, gran parte de nuestra sociedad se siente aún más solidaria con los que menos tienen: ahí quedan, como ejemplo, las exitosas campañas del Banco de Alimentos o de otros organismos, entidades, instituciones o colectivos de nuestra ciudad y de todo el país. Pues bien. Veo a tipos que con una mano -casualmente siempre la que va a salir a la luz pública- ayudan a los demás mientras que con la otra mano, oculta a miradas indiscretas, practican con gran acierto las artes del egoísmo, la avaricia y la mala educación.
¿A qué estamos llegando? ¿Hacia dónde camina nuestra sociedad que mantiene a tipos como estos? ¿Por qué son adulados por un amplio espectro de la opinión pública?
Creo que estamos viviendo una importante y preocupante crisis de valores morales, donde los “todo sirve” o “todo vale” campan por doquier. Ancha es Castilla, que diría alguno. Y no veo indicios de que al campo se le puedan poner puertas. El egoísmo por el poder o la notoriedad en cualquier ámbito, mucho más si es público; la avaricia de tener más y más de lo que ya se tiene, amasando riquezas porque sí; la falta de respeto hacia aquellos que están bajo la dependencia directa y que atesoran más problemas y más graves; y tantas y tantas circunstancias que hacen de este mundo, aquí y ahora, un lugar de negativismo para algunos de nosotros.
Que difícil resulta vivir en este tiempo. Que complicado encontrar gente honesta de verdad. Toda una aventura que se me antoja cada día más inalcanzable.
Y yo me pregunto: ¿a dónde queremos llegar?