Déjeme echar el balón al suelo y alejarme un momento de los titulares y también del incienso, que ya empieza desde ayer Miércoles de Ceniza a ser quemado con más ansia por los “jartibles” de la cosa cofrade (como yo, no lo niego). Quiero, ya digo, echar el balón al suelo y hacer un inútil intento de parar el mundo y no para bajarme, sino para mirar a mi alrededor.
Egoístas y egoísmo. Eso es todo lo que veo en la foto, foto en la cual estoy en primer plano como no podía ser menos.
Perdóneme la falta de respeto y que entre hoy en su desayuno dándole una patada a la media con mantequilla y derramándole el café encima. No se atragante y aguánteme, aunque sólo sea por hoy. Y mire, mire por un momento a su alrededor: ¿ve lo mismo que yo?
Tenemos lo que tenemos quien lo tenga y aún así queremos más y más, aunque sea a costa de darle disgustos a la Visa. Ambicionamos y nos volvemos egoístas. Vamos la mayoría a cien por hora, arañando minutos (y segundos), que si nos dieran la oportunidad de robar tiempo, alguno nos pondríamos la media de nuestra señora en la cabeza, para ganar… ¿qué?. Conducimos como si nuestro utilitario fuera un modelo único y exclusivo, con la agresividad a mano en la guantera, por si hay que echar mano de la misma. Vivimos sumergidos en un sentido de propiedad más propio de trogloditas que de hombres del siglo XXI. Y deseamos -maldito consumo- un mejor móvil cada cierto tiempo, por poner un botón de muestra.
Queremos más y más. No tenemos bastante con lo que tenemos. Nunca.
Y a la vez nos olvidamos de lo fácil, de lo “gratis” que tenemos a nuestro lado y en la mayor parte de las ocasiones no reparamos todo lo que debiéramos.
Nos olvidamos que hoy, sí hoy, para usted que me está leyendo ha vuelto a salir el sol. Y tiene unos ojos con los que ver y quizás un par de euros para tomarse un café antes de entrar en su trabajo (¡qué suerte!). Se olvida por ejemplo, querido lector, que quizás la camisa que lleva perfectamente planchada ha sido cosa de su mujer, la que también trabaja fuera como usted y dentro de casa (por cierto, ¿desde cuándo no le regala unas flores sin motivo aparente?). Se olvida, mi querido amigo que, quizás en este justo momento, alguien cercano (su hijo, su anciana madre, un amigo…) está pensando en usted y con una sonrisa le desea un buen día. Y por supuesto, usted se olvida de que ha sido capaz de levantarse hoy, un día más.
No, no se enfade conmigo. Si esto no va por usted. Aunque si le ha servido de algo me alegraría mucho.
El Jueves
Egoístas
Perdóneme la falta de respeto y que entre hoy en su desayuno dándole una patada a la media con mantequilla y derramándole el café encima. No se atragante y aguánteme, aunque sólo sea por hoy. Y mire, mire por un momento a su alrededor: ¿ve lo mismo que yo?
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