Lo que queda del día

Juanma Moreno y su circunstancia

La estadística dice que tenemos la esperanza de vida más baja y la tasa de paro más alta. La realidad, que no hay mejor sitio para vivir, ni más empeño por trabajar, pero seguimos sin que nos solucionen la ecuación

Cuando Magdalena Álvarez despertó, la juez Alaya seguía allí. A Rajoy le ocurre lo mismo con Bárcenas, y al Rey con Urdangarín, como  si les persiguiera una pesadilla, o el fantasma de las navidades pasadas. En realidad, ninguno de ellos le teme al pasado, sino a lo que tenga que contarles el fantasma de las navidades futuras, por mucho que entre todos nosotros prevalezca la sensación de que serán muy pocos los que terminen rindiendo cuentas por los casos de corrupción que se instruyen e investigan en estos momentos, hasta el punto de que aquí ya se le ha perdido el respeto hasta a los jueces, insistentemente corregidos y políticamente ajusticiados, independientemente de la aureola reverenciadora con la que se disfrazan, más que revisten, algunos de ellos.

El PP querría que cada mañana, cuando se despertara, Susana Díaz también comprobara que Juan Manuel Moreno sigue allí, a los pies de la cama, importunándola con más propuestas, con más preguntas, con más frases hechas, como si les hubieran encargado una tesina a medias en vez de proponer un nuevo destino para Andalucía -a fin de cuentas todavía deben andar buscándole sitio en una estantería a los apuntes de sus últimas clases, de tan recientes-.

Pero la presidenta accidental, a lo sumo, sólo debe encontrarse, y apenas de vez en cuando, a Antonio Maíllo y los amagos rupturistas de Izquierda Unida; lo suyo es sumar millas, dejar recados, trabajarse el papel y practicar estrategias, consciente de que en el mapa andaluz hay sitio para más de una Kamchatka y no conviene dar por vencido al adversario; es más, la propia Andalucía es en estos momentos la Kamchatka del PSOE, el único baluarte desde el que hacer frente al Gobierno central y emprender la reconquista política de un país que ya era un desastre cuando Zapatero se rindió ante las evidencias y, más aún, ante Merkel, otra que no dejaba de estar presente durante y después de cada sueño en la alcoba del presidente.

A Moreno, con su cara de niño bueno y amigo de sus amigos -tiene algo de Adam Sandler que le proporciona un perfil universal: esa máxima aspiración de conseguir que un político se parezca más al vecino de al lado que a un funcionario con caché-, aún le cuesta entrar en faena, como si acabara de decir adiós a la infancia, todavía con el calor reciente de los abrazos de la familia pero contrariado por las primeras zancadillas y los primeros portazos -el de este lunes en San Telmo, por ejemplo-, que tal vez devuelvan por los pasillos el eco de un pa qué te metes, pero ante los que, y bajo el lema de “todos con Juanma”, tampoco le faltan los mensajes de autoayuda -tan joven y ya un superviviente-, no se les vaya a aburrir el muchacho con el trabajo que le costó al presidente apuntarle con el dedo.

De momento, seguimos a la espera de que pongan fin a tanta visita a los despachos y a los platós, a tanto brainstorming y tanta merendola con afiliados, pendientes del momento en que empiecen -ya van tarde- con las visitas pueblo a pueblo, uno a uno, donde dice Antonio Sanz que se va a librar la victoria en las próximas autonómicas, donde Arenas se labró su triunfo, pero no lo suficiente. Es ahí donde Moreno tendrá que empezar a asimilar la realidad social que no transmiten las estadísticas, algo que en muchos casos pueda suponer que también le den con la puerta en las narices. No deberá olvidar entonces que, como máximo representante del PP en Andalucía, es él mismo y su circunstancia, y como le recalcaría Ortega y Gasset, si no la salva a ella no se salvará él. Haría bien en llevar eso aprendido, ya que dudo que alguien cercano vaya a advertírselo -por eso mismo la victoria de Arenas fue insuficiente-.

Cuando llegue a nuestra provincia las estadísticas le dirán que tenemos la esperanza de vida más baja de toda España y la tasa de paro más alta. La realidad le dirá, en cambio, que no hay mejor sitio para vivir, ni mayor empeño por trabajar, pero seguimos sin que terminen de solucionarnos la ecuación, como si alguien disfrutara con el suspense y no tuviéramos ya suficientes emociones. De hecho, si morimos antes debe ser a base de tantos disgustos.

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