Hubo un tiempo en que me bastaba con ver un informativo de Intereconomía para ponerme de mala leche. Sólo necesitaba entender que aquello no estaba hecho para mí, pero es evidente que el saber no está reñido con la curiosidad -qué habría sido sin ella del éxito de Wyoming-. No obstante, debía estar de Dios que el canal terminara por agotar su discurso y que yo me librara de una úlcera.
Lo que no esperaba es que volviera a ocurrirme lo mismo con... La Sexta, gracias a la cual me he hecho incondicional del particular universo amarillo de Matt Groening. Eso, o he terminado por hacerme mayor dentro de mi reconocible inmadurez.
El caso es que la curiosidad persiste y sigo marcando el 6 al inicio de la sobremesa, aunque sólo sea por tantear el panorama; lo suficiente como para no dejar pasar por alto el tratamiento que dan a la noticia de la dimisión de Magdalena Álvarez. No es que esperara elogios, pero tampoco la valentía de subrayar la “poca elegancia” con que se había despedido del cargo, amén de otras acertadas reflexiones acerca de la desfachatez con que, la otrora conocida como Lady Aviaco, había argumentado su dimisión, que bien podríamos resumir en un “porque yo lo valgo”.
El posicionamiento concreto del medio incide en una cuestión que vengo planteándome desde el pasado 25M y de la que me desamparan otros compañeros de la redacción con argumentos convincentes pero no definitivos. Yo insisto en que esta película no me la sé; ellos en que la explicación más sencilla es la más verosímil, como en el principio de la navaja de Okham. Sigo sin estar tan seguro, sobre todo después de la encuesta publicada esta semana en Cataluña que le da entre 9 y 10 escaños a Podemos en el Parlament, pero más aún a partir de gestos como los de La Sexta a la hora de informar -y enjuiciar- acerca de la dimisión de Magdalena Álvarez bajo parámetros de cierto sentido común y, en especial, del común rechazo ciudadano a los gestos de la clase-casta política.
Hagan conmigo la cuenta resumen: Magdalena Álvarez fue imputada por el caso de los ERE hace un año. Desde entonces se viene insistiendo en la necesidad de que dimita de su reluciente cargo en el Banco Europeo de Inversiones, aunque sólo sea por estética. Durante todo este tiempo, Álvarez ha capeado las embestidas mientras seguía percibiendo un sueldo mensual de 20.000 euros -pueden ir haciendo cálculos- y sólo a las puertas de su esperado cese ha presentado la renuncia, culpando al Gobierno del PP de haber maquinado y conspirado para que la sustituyeran por alguien de su cuerda y reivindicando para sí misma unas vacaciones porque se las merece. El recuento no acaba ahí. Su renuncia implica -según ha publicado El Mundo- un salario mensual de 10.000 euros hasta la fecha de su jubilación, más la correspondiente pensión.
Las conclusiones que pueden extraerse a partir de aquí pueden sonar a demagogia -algunas de ellas incluso lo sean-, pero son la esencia inevitable del discurso diario de los ciudadanos, ese mismo discurso al que indirectamente apelaba La Sexta de manera intencionada a la hora de retratar a la ex ministra de Fomento y ex consejera de Economía de la Junta.
El problema es que caigamos en la trampa de censurar constantemente lo que vemos y no en cuestionarnos lo que nos queda por ver, y la trampa, como ya sabemos, nunca está en el suelo que pisamos, sino a la vuelta de la esquina.
Donde unos ven fantástico el gesto de unos eurodiputados reduciéndose el salario, yo veo una inversión; pero, también, donde unos ven un fenómeno perecedero, yo les veo una venda en los ojos; por eso mismo insisto en que esta película no me la sé, como decía José María Latorre de Casa de juegos. Él lo hacía desde la emoción de quien asiste a algo diferente y reconfortante; yo desde la inseguridad de vernos arrastrados por corrientes mayoritarias que nunca sabemos a dónde conducen realmente, por mucho que el estímulo que las impulsa sea reconocible y consecuente. Pero ya les digo que debo estar haciéndome mayor y carezco de la seguridad de hacerlo con el mismo sueldo que la casta política y bancaria.