Tiene este país aún alguna ropa sucia, oscura que lleva décadas sin airearse, que huele a podrido y que tiñe de negro la acomodada conciencia de quienes creen (en un auténtico acto de fe) que hay cuestiones que es mejor no remover, que son agua pasada. Tiene este país, sus gentes, la sociedad indolente que cierra sus ojos para que su corazón no sienta o no recuerde, cómplice y cobarde de episodios tan vergonzosos, punibles por encima de todo, una deuda con miles de familias que, engañadas por bastardos sin escrúpulos vieron cómo les quitaban a sus hijos delante de sus narices. Los casos de bebés robados o las cloacas de la España más oscura merecen un castigo así que pasen un millón de años. Si este sociedad, si esta Justicia no es capaz de atajar un delito tan aberrante como es robar y traficar con la vida de niños recién nacidos, poco podemos pedir y esperar de este país. No debe España seguir siendo más Tierra de Alvargonzález a la espera de que la mano divina imparta justicia, porque ese será siempre el escondite de los mezquinos y de los enemigos de la libertad. Todos, hasta las propias víctimas, hemos mirado hacia otro lado (salvo honrosas excepciones en Madrid) en los casos de los bebés robados y si finalmente estos delitos quedan impunes, como ya está sucediendo, será la esperanza la que sepulten para siempre, eso sí, bien encalada con el miedo redentor.
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