La escritura perpetua

La gran Mireia

“Nadie puede evitar lo que te hace la vida”, decía un personaje del colosal dramaturgo Eugene O\'Neill, pero el mundo del deporte español, tan machacado estos días por tipos con capucha y cuchillo, ha brillado en la piscina en la que Mireia ha dado brazadas hacia el éxito

Los ojos de Mireia Belmonte, esa mirada azul, acuática, de alegría, esos ojos de campeona, de mujer luchadora, de deportista brillante, esos ojos nos han redimido estos días de ultras, de peleas callejeras brutales, de lendoiros, de jóvenes salvajes presas de sí mismos, de una terrible y absurda muerte a palos. Mientras las alcantarillas del deporte se han llenado de barro y sangre, de miedo y perplejidad, sobre el pabellón en el que ha triunfado Mireia lucía un sol de invierno con la primavera aún dentro.
      Mireia ganó dos oros el miércoles, con récords del mundo,  y otros dos más en los días siguientes, en los Mundiales de piscina corta que se han celebrado en Doha, en una extraordinaria lucha contra el tiempo. Las dos pruebas del miércoles son de las más extenuantes que existen y se desarrollan con sólo un intervalo de media hora para descansar. Mireia volvió a demostrar una fortaleza física colosal, que ella siempre ha argumentado que se debe al esfuerzo que derrocha en cada entrenamiento. Porque la natación, como cualquier disciplina deportiva, consiste en un sacerdocio. Cada día hay que entrenar con la sola compañía del esfuerzo, y sin la banda sonora memorable que acompañaba a Rocky Balboa cuando corría de madrugada hacia su gloria de ficción por las pantallas de los cines.
     “Nadie puede evitar lo que te hace la vida”, decía un personaje del colosal dramaturgo Eugene O'Neill, pero el mundo del deporte español, tan machacado estos días por tipos con capucha y cuchillo, ha brillado en la piscina en la que Mireia ha dado brazadas hacia el éxito. Se ha escrito que precedida por el suave chapoteo de los peces voladores, sin un solo gesto de cansancio o de vanidad, Mireia ha pescado medallas de oro para llenar un cofre. El ser humano lucha contra los días, pero ella se bate contra las décimas de segundo.
     Luego, cuando termina la prueba, triunfadora, Mireia Belmonte se pone el chándal con letras de patrocinadores modestos, y muerde ligeramente el oro de la medalla que ha ganado como si fuera una tableta de chocolate de la infancia. En un país, España, que trata de olvidar, Mireia Belmonte es algo para recordar.

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