En la búsqueda de una solución para que los supervivientes tengan un modo de vida y no dependan de la caridad, se ha tomado una decisión arriesgada y polémica, la de mantener íntegras las ruinas de Beichuan para que la gente las visite y conozca lo destructivas que pueden ser las fuerzas de la naturaleza.
Una visita a las calles de esta ciudad, flanqueadas por escombros y edificios inclinados que se mantienen de pie de puro milagro, es en efecto una experiencia sobrecogedora, pero poco agradable.
Todavía hay ropas en el suelo, vehículos aplastados por los portales donde estaban aparcados, perros abandonados que vagan por la ciudad fantasma y un silencio inquietante.
Junto a una fosa común en la que se lee “nuestros mejores deseos para las víctimas en el cielo, esperamos que estén bien allí y rezamos por ellos”, unos obreros excavan el suelo para instalar cimientos que en el futuro mantengan en pie las ruinas y permitan a los turistas conocer cómo es una ciudad devastada por un seísmo.
Beichuan perdió a 15.600 habitantes en el terremoto, y 4.700 más siguen desaparecidos, muchos de ellos quizá enterrados aún en las toneladas de escombros que siguen allí.
Ante las ruinas del instituto de la localidad, en el que murieron unos 1.200 jóvenes, se pueden ver ramos de flores, velas y madres que rezan por sus hijos perdidos, para a continuación encender tracas de petardos que ahuyentan los malos espíritus.
“Mi hijo, que tenía 17 años, pasó cuatro horas bajo los escombros antes de morir”, cuenta a Efe una de las madres que rezan en el lugar, Huang Yanhui.
Las ruinas no ayudan a olvidar y seguir adelante, pero los vecinos reconocen que no ven otra forma de recuperar sus economías si no es creando esa ciudad-memorial y tiendas de recuerdos, flores y artículos religiosos en sus proximidades.
“Vender esto es nuestro principal ingreso, hemos perdido todos los antiguos trabajos y no tenemos tierras, pues están construyendo en ellas”, dice Fu Chunyan, una mujer que perdió a varios parientes en el seísmo pero no quiere hablar de ello “porque los muertos no querrían que vivamos con tristeza”.
En la colina de Sandaoguai, donde están instaladas esas tiendas y los turistas pueden ver lo que queda de Beichuan desde lo alto, la tristeza se multiplica a propósito por parte de los vendedores locales: en sus puestos se acumulan libros con fotos de cadáveres y sangrientos vídeos del día del seísmo.
En los altavoces de las tiendas, el sonido de esos vídeos, con los gritos de terror en aquel fatídico 12 de mayo, se reproduce una y otra vez.
Sandaoguai es lo más cerca que los turistas pueden acercarse por el momento a Beichuan, aislada por vallas con alambres de espino y vigilada por policías y soldados, que sólo permiten el paso a los antiguos vecinos, periodistas y personas con guanxi (contactos con las altas instancias).