Hablemos de la mujer del César. Sí, esa a la que se refiere el título de este caluroso jueves de esta semana. Esa señora que tanto y tan bien parece que conocemos porque la tenemos en muchas ocasiones en el pensamiento y la dejamos caer de nuestra boca en múltiples conversaciones. La mujer del César pervive por los siglos, como claro ejemplo para innumerables situaciones que se nos presentan en el día a día cotidiano.
Desconozco si la frase que usted y yo tenemos en mente en estos momentos será un refrán, un dicho, una moraleja, una sutil comparación o algo similar. E incluso es posible que la frase responda a otra denominación de origen o simplemente se trate del habla popular. Pero en lo que quizás usted y yo estemos de acuerdo es que se trata de una verdad como una catedral de grande, Giralda incluida.
Lo cierto es que la mujer del César -por poner un ejemplo- no sólo no debe llevarse al catre a quien le apetezca, sino que además, por no salpicar la buena imagen del Emperador y (ojo al dato) del Imperio, debe parecer que no lo hace aunque no lo haga. El juego de palabras, a pesar de que pueda parecer complicado, sabemos que es bien sencillo y entendible para todo el personal. Aquí nadie se llama a engaño. Blanco y en botella.
La imagen del Emperador debe y tiene que ser intocable. Pero la del Imperio merece más y mayor respeto aún. La institución es inviolable y debe estar limpia de toda mácula. Y si no es así sobra quien lo representa. Así de claro y sencillo, por mucho que se demuestre que, efectivamente, ni el César es culpable de nada y mucho menos su mujer, una santa en vida. ¿Me van siguiendo?
Hay asuntos en los que no valen las medias tintas. Aquellos en los que el daño puede ser irreparable. Aquellos en los que, por mucho que puedan decir los tribunales en un futuro cercano, dejan dañada a una Institución, la ponen en boca de los demás y se asocia a las correrías y actitudes de quien la representa. Donde se toma el todo por la parte, erróneamente. Y por supuesto, no vale echarle la culpa al mensajero (léase periodista) que lo único que hace es informar a los demás.
Tome buena nota quien deba hacerlo. Y aquellos que, con la autoridad que le confiere el ser el todo de la parte, deben pronunciarse, a pesar de que su reino no sea de este mundo. Esconder la cabeza como un avestruz les deja en una postura incómoda a la vista de los demás. Y hacen un poco favor no sólo a la mujer del César, sino al propio Emperador y por ende, al Imperio, que en suma somos todos.