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Oferta laboral

"Gástese usted el dinero –me refiero al Gobierno, a las Administraciones Públicas, a las ONGs- en publicidad para evitar la discriminación laboral de la mujer"

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En un pueblo de Galicia, según cuenta la prensa, un empresario ofrece trabajo a chicas con buenos pechos y que estén dispuestas a acostarse con él. Dicen que ya la Xunta de Galicia y otros organismos se han hecho cargo del asunto y, me imagino, meterán en cintura al rijoso empresario, a quien todos deberíamos tener el derecho a verle la cara, sobre todo para poder mandarlo a la mierda en directo.

Gástese usted el dinero –me refiero al Gobierno, a las Administraciones Públicas, a las ONGs- en publicidad para evitar la discriminación laboral de la mujer, para cortar la sangría de asesinatos de mujeres un día sí y otro también. Haga conferencias, simposios, campañas de todo tipo, para que salga un salido gallego y se lo tire todo por tierra con esta oferta laboral que nos denigra a todos.
Pero todo tiene su porqué, y a uno particularmente le gusta buscar las motivaciones hondas, el cauce, turbio en este caso, por donde va el agua al molino. Y a mi me parece que el agua sucia de este asunto no viene de la Reforma Laboral del Gobierno, que es lo que yo hubiera escrito hace años, cuando sólo veía lo que quería ver. Si existen empresarios de este jaez, y si existen, desgraciadamente, chicas que no harían ascos a este trabajo, es porque el sexo, esa íntima, gozosa y sagrada actividad humana, se ha convertido en un espectáculo público, en una especie de gimnasia aséptica, donde tienen participación todos los órganos, menos la cabeza y el corazón.

Hablo en general, claro, como tendencia, que diría el modisto. En la publicidad, en las redes sociales, en todos los aparatos que nos difunden vía on line el mundo y sus noticias, el sexo es una oferta más, como los cruceros marítimos o los restaurantes de los grandes gourmets. Alguien me podrá objetar que el sexo ha sido siempre un negocio, que ya había puticlubs en  Prehistoria. Por supuesto que sí, pero ahí está: eran negocios, pero no espectáculos.

Nuestra sociedad ha convertido el sexo en un espectáculo público y ahí es donde se ha agarrado este perturbado gallego, que habrá pensado, digo yo, que si él es un empresario echado para adelante tiene derecho a exigir de sus empleadas unas tetas hermosas y un derecho de pernada digno de un señor feudal. La fiesta no puede decaer por el quítame allá esas pajas de la dignidad de la mujer. ¡Menudo cerdo!

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