Ni las quejas de los países vecinos ni las críticas de la comunidad internacional, o por descontado el inminente fallo de una corte de La Haya sobre sus disputas territoriales, van a frenar a China en su expansión por mares del Pacífico, donde echa un arriesgado pulso de poder a Estados Unidos.
Cuando el martes la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya emita su fallo en torno al contencioso entre China y Filipinas por el archipiélago Spratly (Nansha para los chinos), iniciado por Manila y que resolverá a su favor según los pronósticos, Pekín hará lo que viene advirtiendo desde hace tiempo: ignorarlo.
China desdeña el fallo, que puede menoscabar su reputación o dar alas a otros países a seguir el ejemplo filipino, pero que en ningún caso dirimirá la cuestión de la soberanía sino asuntos menores, porque ha reiterado que es fruto de un proceso "ilegal y nulo".
Y además, porque ve en él un punto de inflexión. Una vez pase la tormenta, Pekín ya ha anunciado que tenderá la mano a Manila para sentarse a negociar, bajo la condición de que desoiga la sentencia.
O incluso sin ella: "China va a querer negociar aunque Filipinas no lo haga, porque el fallo no va a solucionar el problema", dice a Efe Li Jinming, profesor del Centro de Estudios del Sureste Asiático de la Universidad de Xiamen.
La segunda economía mundial cuenta también a su favor con que el actual presidente filipino, Rodrigo Duterte, ya ha dado muestras de que prefiere evitar la confrontación con China, mientras parece tener una postura más distante hacia su aliado EE. UU. que el Gobierno anterior.
Wang Dong, profesor de Estudios Internacionales de la Universidad de Pekín, cree por lo tanto que, "si ambos países acuerdan la forma de dejarlo atrás, podría haber un buen desarrollo de los acontecimientos", subraya en una conversación con Efe.
No obstante, Filipinas es sólo uno de los países con los que Pekín se disputa territorios del mar de China, dividido entre el Oriental y el Meridional -por el que pasa alrededor de un 30 % del comercio mundial-, y una zona que se estima que alberga importantes recursos naturales.
Las principales contiendas en el del Sur giran en torno a la soberanía del citado archipiélago Spratly, también reclamado parcial o totalmente por Vietnam, Malasia, Taiwán y Brunei, y el Paracel (Xisha para China), reivindicado por Vietnam y Taiwán.
En el mar de China Oriental, son Pekín, Tokio y Taipei los que se disputan las islas Diaoyu, que Japón llama Senkaku.
El origen de las disputas se remonta a siglos atrás, inclinándose a favor de China tras la derrota de Japón en la II Guerra Mundial, pero las tensiones se han recrudecido en menos de un quinquenio ante la imparable expansión china en esas aguas.
Desde 2013, Pekín ha recuperado al mar unas 1.175 hectáreas en las islas o islotes que controla. Es más terreno que el total alcanzado por los demás países que reclaman las Spratly en los últimos 40 años, según el departamento de Estado de Defensa de EEUU.
Sobre todo en éstas y en las Paracel, Pekín ha llevado a cabo un sinfín de proyectos: una base de helicópteros, un sistema avanzado de misiles tierra-aire, islotes artificiales, carreteras, posibles antenas de satélites y un largo etcétera.
Pero, ¿por qué ahora ese desmesurado afán por dominar esas aguas?
Al margen de los beneficios económicos y geoestratégicos que ofrece el enclave, China argumenta que es EE. UU., que en 2012 anunció su plan de llevar al 60 % de su flota naval al Pacífico para 2020 (en el marco del llamado "giro hacia Asia"), el que militariza la zona, aunque Washington defiende precisamente lo contrario.
"China se ha visto forzada a reaccionar", piensa Wang, y añade como otro detonante la nacionalización por parte de Japón de una de las islas de las Diaoyu/Senkaku en 2012.
Otro factor es que, con China en plena desaceleración económica, las autoridades comunistas han abogado por buscar la unión ondeando la bandera nacionalista frente a un enemigo tradicional como Japón, o EE. UU., el representante del capitalismo por antonomasia.
Todo ello mientras el Gobierno de Xi Jinping lleva a cabo una ambiciosa reforma del Ejército, con especial hincapié en potenciar las fuerzas navales, que hacen del mar de China el lugar ideal para enseñar su músculo de potencia.
Así, parece poco plausible que Pekín abandone su agresiva estrategia en el mar de China en los próximos años, y se espera que, mientras se mide las fuerzas con Washington, busque acuerdos bilaterales con los países vecinos.
Una arriesgada estrategia que se expone a que un error de cálculo de alguna de las partes derive en un conflicto real.
"Creo que tanto Washington como Pekín son suficientemente cuidadosos para que eso no ocurra", puntualiza Wang.