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El Puerto

Aylan, luego Samuel, y a pesar de ello, “¿quién será el próximo?”

Llanto. Desesperación. La tragedia de la inmigración en primera persona, personificada en un ataúd de apenas un metro veinte para cubrir el cuerpo de Samuel

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“¿Has olvidado tu casa? ¿Cómo vas a jugar al fútbol? ¡Esta no es tu casa!”, sollozaba a gritos el tío de Samuel, el niño congoleño de seis años que murió ahogado cuando trataba de alcanzar la costa gaditana. Su padre, Aimé Kabamba, se derrumbó delante del nicho del cementerio de Barbate donde desde este viernes descansa el cuerpo sin vida del pequeño.

Un cuerpo sin vida que el mar arrojó sin piedad a la orilla de la playa de Mangueta, en Zahora, término municipal de Barbate, el pasado 27 de enero. Era aún el cuerpo de un niño sin nombre, sin más historia que la tragedia que sacudió la patera en la que viajaba, junto a su madre, Veronique, un 14 de enero. Era otro de los cientos, miles de cuerpos sin vida que arroja los fríos datos que reflejan el drama de la inmigración. Otro símbolo más de la “la mayor vergüenza del mundo”, tal y como se expresó al respecto el Papa Francisco.

Poco a poco el cuerpo sin vida fue adquiriendo su forma humana. Primero, la edad, seis años, luego el nombre, Samuel. Luego varias fotografías, una junto a su madre, otra con sus hermanos y su padre. Más tarde, la imagen destrozada de su familia que vino a España para realizar la prueba de ADN y enterrarlo allí donde fue hallado, en Barbate. Y con su familia, también llegó una historia completa, la historia de cómo las fronteras rompen sueños, esperanzas, anhelos y viajes hacia un futuro mejor.

“Tanto a ella como a su hijo el mar se los tragó”, indicaron sus familiares durante el sepelio llevado a cabo en una abarrotada Parroquia de San Paulino, en Barbate.

Pero las palabras más crudas las pronunció director del secretariado de Migraciones de la Diócesis de Cádiz, Gabriel Delgado, el hombre que puso en sobre aviso de la aparición del cuerpo de Samuel. Sin paños calientes, directo, preguntó primero a los “poderosos” “¿qué habéis hecho con estos hermanos?... ¿Qué habéis hecho con la sangre de tu hermano?”, para añadir que “nos queda una gran tarea que es convertir la indiferencia global en un mundo de acogida y solidaridad” y lanzar una mirada de esperanza al señalar que “estoy seguro que Cristo escuchó desde el Cielo el grito de Veronique y de Samuel”.

“Hace unos meses la Interpol denunció que 10.000 niños migrantes han desaparecido en Europa, no se sabe donde están”, una “tragedia” que debe cuestionar a los “poderosos del mundo", "a los que toman las decisiones” y “a toda la sociedad”, ha añadido Delgado.

Samuel debe convertirse en símbolo. En símbolo de la tragedia de la inmigración. El alcalde de Barbate, Miguel Molina, así lo entiende y por eso anunció que trabajan desde el Ayuntamiento en cómo lograrlo. Quizás un monumento, algo perenne para que no caduque la memoria.

Antonio Alba, diputado provincial de Izquierda Unida, presente también en la despedida de Samuel, tiene claro que “existen responsables directos” para apuntar a “las políticas de la Unión Europa”.

Llanto. Desesperación. La tragedia de la inmigración en primera persona, personificada en un ataúd de apenas un metro veinte para cubrir el cuerpo de Samuel. Es lo que el pueblo de Barbate vivió en su despedida, un pueblo volcado y solidario. 

En el funeral el padre de Samuel, visiblemente abatido, ha agradecido al pueblo español que hayan "acogido en su corazón" a su hijo, al que ha dejado enterrado en el cementerio de la localidad.

Su madre ha sido enterrada en Argelia, donde fue hallado su cuerpo.

Ahora Aimé Kabamba, pastor evangélico, volverá al Congo y, según ha contado, sentará a toda la familia para explicarles la tragedia que ha convertido a Samuel en un "símbolo" de la inmigración.

Pero la sensación es que no será la de Samuel la última tragedia, el último llanto, el último cuerpo sin vida que la mar arrojará en nuestras playas. La sensación es que poco o nada se está haciendo desde los gobiernos para evitarlo. Un vecino de Barbate se preguntaba a las puertas del cementario, donde hay ya varias tumbas sin nombre de inmigrantes muertos en la costa, “¿cuánto tiempo pasará hasta que nos vuelva a sacudir la tragedia? ¿Quién será el próximo Samuel?”.

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