“Quien no cree no puede estar en una procesión”. Lo dijo así, directamente y dirigiéndose a los políticos, obviando que esa presencia viene de tradiciones de cuando todo el mundo era creyente, quisiera o no quisiera.
Pero es que los ciudadanos de a pie también recibieron lo suyo. Los cofrades, las cofradías y la Iglesia Católica, todos un poco culpables del guirigay que son hoy en día las procesiones.
Antonio Moreno Andrade, cofrade y juez y viceversa, cumplidor por sus obras de los preceptos cristianos y por ende, predicador con predicamento, se refirió, hablando de los primeros, a lo que puede ocurrir en una Semana Santa que coincide con una campaña electoral en toda España.
Poco más o menos vino a decir que se van a dar tortas por coger una vara y ponerse enmedio a la vista de todos. Dependiendo de las cofradías, claro y de las ciudades, por supuesto. En Sevilla o en Málaga, ya se imagina cómo puede ser. En La Isla, en Cádiz, en Chiclana, de donde es el conferenciante en cuestión... habrá lo suyo.
Sin embargo, dentro de lo que cabría esperar a renglón seguido de sus palabras, Moreno Andrade dejó constancia de la importancia de las Aministraciones públicas en la celebración de la Semana Santa en la calle, sin cuya participación “sería imposible”.
La respuesta sobre los políticos -porque estaba entonces en el turno de preguntas del público- venía porque uno de los asistentes consideraba que a la permisividad de las hermandades sobre lo ocurre y de la Iglesia había que sumar la actitud de ayuntamientos y Comunidad Autónomas por hacer de la Semana Santa todo menos una celebración religiosa.
Pero Moreno Andrade se centraba más bien en el meollo de la cuestión, en los responsables primeros y legítimos de la celebración. Esto es, en las cofradías y en la Iglesia.
Todo no fueron críticas en su conferencia organizada por la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes de San Fernando, que como cada Semana Santa programa una charla sobre el tema. Presentación Lo precedió su presentador, José Carlos Fernández Moreno, quien se refirió a la “procesionitis” reinante antes de dar la voz a protagonista de la tarde.
Un protagonista que elogió otra muchas cosas que sí hacen bien las hermandades, la labor durante todo el año de ayuda a los desfavorecidos, su contenido social, tantas veces desconocido por la gente. El compromiso cofrade.
O mejor dicho, por la gente de la calle y por gran parte de los miembros de la hermandad, cualquiera de ellas, porque “en mi hermandad son unos 1.200 hermanos, pero aparecer el resto del año, veinte”.
El turno de preguntas lo abrió una señora que se quejaba del énfasis que se pone en la calle, por parte de cargadores y capataces “pero cuando llegan a la iglesia pocos se pasan por el sagrario, que es donde está Cristo”.
Moreno Andrade le dio la razón y puso un ejemplo de lo que está ocurriendo, por si para algunos no fuera preocupante la situación. Están creando hermandades fuera de la Iglesia, en todo el cinturón metropolitano de Barcelona... “y aquí, en La Isla”, le respondió Fernández.
¿Qué porcentaje de los cofrades cumple con los preceptos cristianos? “Un veinte, un treinta por ciento”, respondió Moreno Andrade. Pero ese porcentaje que cumple, más el que debe sumarse haciendo bien las cosas, puede ser suficiente para que nadie se convierta en estatua de sal.
Porque lo peor no está en la Iglesia y en las hermandades, dijo Moreno. “Parece que nos da vergüenza declarar nuestra confesionalidad”. “Porque nuestros principios fueron desbordados por un oleaje de mediocridad e incultura que se nos quiere presentar como un camino a seguir con perversa ceguera”.
Moreno Andrade habló de las redes sociales y del peligro que supone para los niños dejarlos sin control ante internet y también del entorno en que se encuentra el cristiano en la sociedad actual, “de marginación y de permanente antagonismo”.
“El ataque al Cristianismo es indudable, indiscutible y permanente. Asistimos incluso a prohibiciones rotundas a la celebración de la Eucaristía, a la conculcación de la más elemental forma de vivir el sentimiento religioso en libertad, a la imposición de un código moral a modo de anestesia que anule la libertad de pensamiento”.
“Y todo ello en una creciente y calculada marea de decisiones que se suceden con una aparente suavidad de formas, capaces de embaucar a muchos en la maraña relativista de la comodidad”.
Quizá la nueva evangelización que preconiza la Iglesia sea, para empezar, rescatar a los propios cristianos. Como se decía al principio.