La polémica por la felicitación navideña de Vox Cádiz con los tres Reyes Magos de piel, barba y túnica de color blanco nuclear ha revelado el drama de la formación de Santiago Abascal en materia de comunicación. El partido se comunica exclusivamente a través de memes, de tuits incendiarios y de declaraciones “sin complejos”, con un estilo rayano en lo zafio en la mayoría de las ocasiones, echando mano de un humor de trazo grueso y sal gorda las más de las veces, obsesionados siempre por arrancar con cada titular un “hala, colega, qué barbaridad”, con muchas aes en el “haaala”, (independientemente de que el elector los vote o no, porque la contradicción está en que mucho votante de Vox admite entre resignado e incómodo que hay mucho de exceso en el discurso del partido que apoya). Estoy de acuerdo, más o menos, con aquello que “el senador del PP Rafael Hernando decía con ese tono desabrido que gasta refiriéndose a las propuestas de Vox: “Parecen sacadas del quinto gintonic”. Quizá sea hiperbólico, como todo lo que rodea a la derecha populista y al propio Rafael Hernando, pero por ahí va la cosa.
Es inevitable, he aquí el drama, darle por lo tanto más credibilidad a que Vox felicite la Navidad expulsando de su postal a Baltasar que las explicaciones tan raras que se han apresurado en trasladar a los medios de comunicación para negar la mayor y que han repetido machaconamente hasta que las redes sociales se enredaron en cualquier otra nadería y el tema dejó de ser trending topic (o como se escriba). Hablan de una filtración malintencionada. ¿Sugieren que entre sus filas hay topos a los que habrá que purgar? Varios días después del escándalo, Vox no ha señalado al responsable de la filtración malintencionada. Quizás en la próxima. Podrían haber reconocido que fue un error humano. Esas cosas pasan. O, directamente, podrían haber admitido que sí, qué demonios, que quieren tres Reyes Magos blancos.
Este chusco y lamentable episodio (la sonrisa amarga) pone de manifiesto, una vez más, que la formación de Santiago Abascal es una de las dos caras del populismo imperante en la nueva era que vivimos y sufrimos. La felicitación de Vox Cádiz es el Belén (o lo que sea) que monta cada año Ada Colau. Los extremos se tocan. Una vez más. Siempre. No hay mucho texto. Basta con leer las 100 medidas para la España Viva. Vox, como hizo Podemos antes, ha levantado su alternativa política sobre un cementerio indio. El miedo es la clave. Su discurso está plagado de fantasmas. La inmigración y la sexualidad son dos de los temas recurrentes. Y, en torno a ello, la delincuencia, el adoctrinamiento en las aulas y todo eso. Buuuh.
Como Podemos, existe cierto resquemor en todo lo que plantean porque en la visión del mundo de unos y otros, solo hay extremos, buenos y malos. Trazan la separación entre lo correcto y lo equivocado. O burgués malvado o proletario sufridor. O español orgulloso o antipatriota traidor. Uno llega a una edad en la que da bastante igual la etiqueta que le pongan los demás. Salvo si los demás pueden gobernar. Porque hoy me condenarían al Infierno (católico, laico, político) los populistas si revindicara mi derecho a amar a otro hombre o si uso Uber, pero ¿y mañana?, ¿qué sería de mí mañana si gobernaran?