El vicepresidente de la Junta de Andalucía, Juan Marín, ha respondido, ante el imparable incremento de contagios, con cifras propias del mes de abril, que “estamos mejor preparados”. Pero la preocupación es palpable. Las medidas acordadas por el ministro de Sanidad y los responsables del ramo de las comunidades autónomas, con el cierre de discotecas o la prohibición de fumar a menos de dos metros, certifican el fracaso de la desescalada y la nueva normalidad. La letalidad se ha rebajado en un 90%, pero las consecuencias económicas se cobrarán sus propias víctimas.
El verano era la primera prueba que debíamos afrontar. Y hemos fallado. Los sectores hoteleros y hosteleros no han cubierto las expectativas y los infectados se han disparado, encendiendo todas las alarmas porque, aunque Marín asegure que Andalucía tiene ahora más recursos humanos y materiales, hay dos fechas en el horizonte más cercano que genera auténtico pánico a tenor de lo sucedido ahora.
Por un lado, la vuelta al colegio, tal y como estamos viendo en Alemania, va a resultar muy complicada. Si el virus mantiene su contagiosidad, ni siquiera el estricto cumplimiento de las medidas de prevención valdrán de nada. Pensemos en cientos de alumnos compartiendo durante horas instalaciones provistos únicamente de mascarillas y controlados únicamente por maestros (no sanitarios, claro). Al margen de que se puedan producir cierres de centros puntualmente en las primeras semanas del curso escolar, octubre, superado el periodo de incubación, está marcado en rojo en el calendario.
La ola gigante generada por el terremoto económico impactará en esas fechas. Alemania es vital para Andalucía y, concretamente, la provincia de Cádiz para el mercado turístico. El hecho de que las autoridades germanas aconsejen ya no viajar a España es una muy mala noticia. No podríamos soportar un nuevo confinamiento. Pero, ¿hasta cuándo podremos soportar con la actividad económica al ralentí?
El tercer examen al que habremos de hacer frente es en enero. La gripe quita el sueño a los profesionales sanitarios porque, aunque está extendida la creencia de que se trata de una enfermedad benigna, es tan parecida al Covid-19 que cada año se cobra hasta 650.000 vidas en el mundo, según la OMS. Los efectos de la confluencia de ambos patónegones es toda una incógnita pero las previsiones no son, en absoluto, halagüeñas.
La situación se agravará si, como hasta el momento, hay 17 maneras diferentes de afrontar la pandemia. El propio Juanma Moreno, que exigía máxima autonomía durante el estado de alarma, reclama ahora al Gobierno central coordinación y cooperación.
El discurso de Juan Marín no es tranquilizador, en cualquier caso, porque sigue sin dar respuesta a la pregunta fundamental de todo esto: ¿cómo convivir con el virus sin que la economía se vaya al garete y no tengamos que estar mirando de reojo la ocupación de las UCI? La respuesta es tan horrible, tan dura, que ningún político quiera darla. Tampoco creo que los yonquis de chiringuito y quienes se niegan a asumir que no podrán llevar su tren de vida anterior quieran escucharla.