En una noche iluminada por la Luna de Nisan, allá en el año 15 del siglo X, junto a lo que hoy llamamos Raudal de la Magdalena, el trasiego es incesante en casa del noble Ishaq; sirvientas con baldes de agua tibia, toallas de lino, tisanas relajantes, van y vienen al aposento de Raquel. El alumbramiento se antoja inminente, aunque la nueva criatura no parece estar dispuesta a colaborar. La veterana y fornida matrona, sobre un escabel apropiado para sus quehaceres, oprime con ímpetu el abultado vientre de la esposa de Ishaq; mientras, la parturienta cubierta de sudor y con la mirada velada, aprieta los dientes con desesperación. La joven no es primeriza, pero este nuevo parto va a acabar con su vida, piensa. No hay forma de que la criatura encaje en el canal de salida, Raquel pierde sangre en abundancia y la matrona toma una drástica decisión ante el retras del galeno. Desinfecta un fino estilete bajo la llama de un infernillo y ordena a un par de sirvientas que alcen las piernas de la futura madre y sin excusa alguna las suelten hasta que ella no lo indique. Se coloca entre ambas, toma aire a la vez que decisión y con un cuidado y medido tajo amplía la abertura. Un grito desgarrador inunda el inmueble. Ishaq, preso de angustia, empuja la puerta e irrumpe desde la habitación contigua. Ante él, un niño de enormes ojos negros patalea en brazos de la matrona; al fondo, sobre la cama, su esposa con la respiración entrecortada, descansa empapada en sangre.En su faz hay mezcla de dolor y satisfacción. Con los ojos humedecidos de amoroso orgullo, Ishaq toma a la criatura y elevandola mirada agradece a Yahve el regalo de un nuevo hijo. En la mañana del octavo día, llegado el tiempo de la BeritMilá, Ishaq acercó al niño hasta la sinagoga que él mismo había mandado construir años atrás(quizás donde hoy se encuentra la Iglesia de san Andrés). Allí Saprut, su padre, aguardaba para iniciar el preceptivo ritual de la circuncisión. El patriarca de la familia era un Mohel experimentado y el corte fue limpio y casi indoloro; tan solo un pequeño estremecimiento de la criatura y un par de gotas de sangre sobre el delicado paño. El abuelo elevó a su nieto cuanto pudo sobre sí y con la voz profunda que da la emoción alabó a Todopoderoso recitando el salmo 65: —Aclama a Yahve, tierra entera… decid a Yahve “Qué admirables son tus obras”… Al concluir, dirigiéndose a su nieto, vaticinó: —Serás sabio entre los sabios, justo entre los justos, grande entre los grandes porque Yahve te ha bendecido. Serás conocido como Abu Yusuf Hasday ibn Ishaq ibn Saprut.
Jaén
Saprut
En una noche iluminada por la Luna de Nisan, allá en el año 15 del siglo X, junto a lo que hoy llamamos Raudal de la Magdalena, el trasiego es incesante...
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