Tan insurgencia es romper todo el mobiliario urbano como dedicarse a llenar pisos para las fiestas ilegales. “Algo va mal” escribió Tony Judt y se quedó corto. Salvo el resultado de las elecciones americanas, acompañada, en contraste, de un espantoso ataque al icono mundial del establishment, el Capitolio, la democracia no se ha fortalecido. Las insurgencias que asolaron Francia con los chalecos amarillos durante meses fueron sustituidas por las manifestaciones negacionistas que ha habido en toda Europa pensando en una conspiración de los poderosos del mundo contra la gente normal. Hay un malestar difuso contra el sistema. Extraña que al tiempo que se exhiben los avances científicos que ponen una artefacto recorriendo Marte o se hallan vacunas efectivas contra el COVID en menos de un año, se multipliquen las colas del hambre, desconocidas hasta ahora en los países desarrollados, y aumente exponencialmente la desigualdad en todo el orbe.
Hay estupefacción por las violentas protestas que han jalonado las principales capitales españolas y se hacen análisis sobre sus motivos. El epicentro de protestas es Barcelona y el de las fiestas Madrid. Se ha visto el escaso respaldo político a las fuerzas del orden -los mossos- por parte de los gobernantes soberanistas y la laxitud de las autoridades autonómicas de Madrid.
Frente a los manuales de los insurrectos organizados: aprovechar cualquier crisis, negar toda autoridad a los representantes legales, bloquear la economía, sabotear los comercios y saquear negocios, justificar la violencia contra la policía… hay partidos que juegan al oportunismo. Los independentistas porque creen que pueden colapsar el Estado y Unidas Podemos porque teme que surja un grupo que le quite la bandera de la izquierda contestataria, organizándose en fuerza política alternativa, ahora que están en el gobierno. Pareciera que ambos fueron obligados a entrar en los gobiernos, jugando a estar tan fuera como dentro. El comportamiento de unos y otros sobre el orden publico parece más inspirada en un modelo de libertarismo de Henry Thoreau - “El mejor gobierno es el que gobierna menos”- que en el de organizaciones partidarias de un Estado más intervencionista, como hacen en todos los demás aspectos de gobierno.
La falta de expectativas de una juventud cruelmente precarizada en el empleo, en la vivienda, en los salarios, en los porcentajes de paro, en la independencia familiar ha resultado el acompañamiento perfecto para las protestas que tenían otro origen.