Este sábado se han cumplido dos meses desde que se suministró la primera vacuna contra la Covid 19 en la provincia de Cádiz. Las cámaras se encargaron de inmortalizar el momento en la residencia de mayores de La Granja, en Jerez, y a Esteban, de 68 años, el primero en recibir la inyección. Desde entonces, casi 103.000 personas han pasado ya por algún punto de vacunación, aunque apenas 32.000, entre ellas Esteban, han recibido la doble dosis, con lo que hasta el momento solo se ha logrado la inmunización del 2,58% de la población. En dos meses. Mejor no hacer la regla de tres. Bastaría con mirar a cuánto se paga en las casas de apuestas que el presidente del Gobierno vaya a acertar con lo del 70% en verano, si es que se admiten ese tipo de apuestas, por el mero hecho de que estos negocios no se montan para perder dinero. Cuanto antes asumamos que el proceso puede alargarse más de lo previsto, eso que llevaremos aprendido.
Pese a las raquíticas cifras, de las que no paran de culpar, para que nos quede claro, a las farmacéuticas y laboratorios que siguen sin cumplir con las entregas acordadas, el descenso en los contagios ha precipitado de nuevo un debate que entendíamos superado por experiencia propia, el del modelo de desescalada, a costa, cómo no, de determinados intereses políticos que pasan por permitir movilizaciones el próximo 8 de marzo con motivo del Día de la Mujer. La ministra de Sanidad, Carolina Darias, no pudo ser más contundente: “No ha lugar”, pese a lo cual se ha visto desautorizada por su principal asesor en la materia, Fernando Simón, como si para él fuera posible una desescalada a la carta y cómodo en el papel de agitador-provocador, al formular una desafortunada comparación con las procesiones de Semana Santa. “No es lo mismo estar debajo de un paso que en una manifestación de 500 personas con distancia. Los riesgos disminuyen”, ha dicho. No es lo mismo, no es lo mismo.
Y se supone que hay que agachar la cabeza. A veces está bien hacerlo, por ejemplo, para leer: “Hay que centrar las acciones en evitar los eventos de supercontagio. La propagación de este virus depende casi por completo de los eventos de supercontagio. Hay que restringirlos en lugar de aflorarlos”. Lo escribió este viernes Javier Sampedro en El País, aunque se resume con la frase de la ministra -“no ha lugar”-, pero ni Simón parece leer la prensa, ni atender a las posiciones de su jefa, a tenor de un criterio profesional y científico que le ha dejado en evidencia en demasiadas ocasiones, y que, en este caso, hace frente, a lo sumo, al popularizado y simpático grito-aspiración de “cofrades a la calle”, puesto que no ha habido una sola reivindicación colectiva en favor de las salidas procesionales en todo un año como consecuencia de una responsabilidad asumida y que tanto se echa en falta desde otros estamentos.
Pero, insisto, hay a quien le conviene alimentar este tipo de debates, como ocurre ya también con el del pasaporte sanitario, sobre el que parece que no hay tanto consenso ni unanimidad, ni tampoco se poseen los medios adecuados para una rápida implantación. La idea es fantástica: un certificado europeo de vacunación, incluso un código QR, que garantiza el estado inmunológico del viajero y le evitaría tener que guardar cuarentena al llegar a su destino. Es pura inyección de adrenalina para los sectores turístico y aéreo, tan necesitados de certezas después de un año de aspiraciones frustradas y condenados a unas ayudas gubernamentales que ni llegan a tiempo ni cubren las pérdidas acumuladas. Pero, al mismo tiempo, una fórmula elaborada sobre una hipotética realidad, desde el momento en que no se han tenido en cuenta circunstancias tan elementales como el lento proceso de vacunación o que el criterio de dispensación deja en último lugar a los jóvenes, “discriminados” -es la expresión utilizada por el gobierno francés- a la hora de poder viajar a otros países europeos este mismo verano.
Tampoco es momento de ponerse tiquismiquis, ni de retrasar la reactivación responsable de un sector al que ahora mismo no solo se condena a la ruina, sino a que su máxima aspiración pase por recuperar los viajes del Imserso, y eso sí que era ya una ruina antes de la pandemia.