Descubrió el teatro y sus posibilidades y no dudó en formarse, trabajar duro y llevarlo allí donde no llega. La carrera de la actriz Ana Galán (Jaén, 1986) la ha convertido en una todoterreno, una profesional incansable como productora, gestora y directora que ha trabajado en Sevilla, Madrid, el Pirineo Aragonés y Jaén, la ciudad de la que se marchó con 19 años y a la que volvió en 2020 para seguir creciendo.
Viendo una obra de teatro de La Paca en el Darymelia, volvió a casa diciendo que sería actriz. Incluso convenció a sus profesores para crear un grupo de teatro.
Se formó con la compañía jiennense y luego con el grupo de teatro universitario ‘Mamadou’, donde descubrió su “amor por la interpretación”.
Estudió Arte Dramático en Córdoba y en 2010 participó en el Laboratorio Internacional de Actores que organiza la Compañía Atalaya de Sevilla. “Fue una experiencia mágica. Me enseñó mucho”, recuerda.
Del teatro le llamó la posibilidad de convertirte en otra persona, transformar su cuerpo y voz. “Me fascina. El teatro te da herramientas para transmitir valores, invitar a la reflexión, dejar que el público decida”, explica.
En Madrid y durante cinco años trabajó con reconocidos directores. Entre otros Juan Polanco y Karmele Aramburo, directores de la Academia del Verso de Alcalá de Henares. “Me dio mucha vida y me llenó el alma porque estaba haciendo lo que más me gustaba del mundo, en unos escenarios que eran mágicos”, recuerda.
En Madrid se formó en Esgrima Escénica con Jesús Esperanza, el maestro en España, director de la mayoría de las coreografías de esgrima escénica en el Centro Dramático Nacional. “Es una disciplina que me sigue abriendo una ventana interesante”, reconoce.
Enamorada también del teatro clásico del siglo de Oro, esa fusión le ha descubierto el teatro físico y gestual, pero también el del valor de la palabra y el análisis del texto. “Me considero una friqui del teatro clásico. Cuando me pongo delante de un texto de Lope de Vega o Calderón de la Barca lo estrujo para adentrarme en cada estrofa y metáfora, para analizar y descifrar los códigos”, explica.
Consiguió crear su propia compañía, Barroco Clown, con tres compañeros igual de apasionados del teatro clásico y la esgrima escénica que ella. “Fue una experiencia teatral que no volveré a vivir más en la vida. Fue un trabajo de compañía y colectivo brutal, que me hizo, no sólo disfrutar del esfuerzo, si no de ser consciente de todo el trabajo que hay detrás”, recuerda de aquellos dos años.
La vida le cambió el verano de 2015, con un viaje al Pirineo Aragonés. Tanto, que decidió dejar Madrid para instalarse en Valle de Broto (Huesca) y llevar a la España vaciada la cultura, el teatro, la música. “Fui consciente del problema de la cultura, muy masificada en las grandes ciudades, pero que no llega a los lugares en los que tiene que estar. Los niños de la zona no disfrutaban de una vida cultural”, lamenta. Ella llevó talleres de teatro, danza, conciertos y festivales durante un año. “Se dio vida al pueblo como hacía mucho tiempo que no veían”, señala.
Al año siguiente se instaló en una de las zonas más despobladas de España, la Laguna de Gallocanta, en el municipio de Berrueco (entre las provincias de Zaragoza y Teruel), con 10 habitantes. La antigua escuela del pueblo se había convertido en un restaurante que, junto a su pareja, gestionó como espacio gastro-cultural durante tres años. “Ha sido una de las experiencias más maravillosas de mi vida. Conseguimos llevar obras de teatro que llevaban años en escena en Madrid, hacíamos música en directo con grupos de Aragón, organizamos mercados medievales…”, recuerda.
Y así durante tres años, en los que llenó de vida cultural la zona y dio una oportunidad a su población. “El teatro no tiene fronteras. Hay que apostar por que la cultura llegue a las zonas despobladas”, reivindica.
La pandemia le hizo dar el paso de volver a su tierra. ”Me siento muy abrazada por los compañeros de Jaén. Volví en un momento muy difícil, en el que plantearte trabajar como actriz daba risa. Regresé con ilusión y muchas ganas de reencontrarme con los compañeros. Me recibieron con los brazos abiertos. Han contado conmigo”, agradece.
Desde entonces, ha estado dirigiendo el grupo de teatro Mamadou, donde empezó, y en noviembre estrenará ‘Vecindario para una crisis’. “Volver como directora ha sido increíble. Quería transmitirles a ellos la experiencia que yo viví en el grupo, más allá de crear un montaje teatral. Me interesaba que descubrieran el teatro como yo lo hice, que formaran un grupo y fueran todos a una. Lo hemos conseguido. Ha habido mucha implicación”, confiesa.
Es una de las directoras que participa en ‘El fin del mundo’, el nuevo espectáculo de La Paca, escrito por Tomás Afán y en el que también dirigen los jiennenses Paco Gómez y Nati Villar. Se estrenará el 26 de junio, en Campillo de Arenas.
Prepara el rodaje de la película Mandylion, de Luisje Moyano, un largometraje en el que trabajará en la producción y como actriz. Aparecerá en escena junto al protagonista, Fernando Guillén Cuervo.
Ha participado en la producción de ‘Caricia’, cortometraje dirigido por Sitoh Ortega y ‘Los Reyes Magos llegan a Jaén’ del Ayuntamiento de Jaén, dirigido por Carlos Aceituno. Colaboró como ayudante de dirección en el cortometraje ‘Hacia las montañas azules’, de Javier Balaguer, seleccionado en el festival Rodando por Jaén, y este año, como actriz en el cortometraje ‘El mapa del tesoro’ de Antonio Cabello, dentro del mismo festival.
Luchadora nata, no se rinde. “Queda mucho por luchar. La cultura siempre ha luchado y tenemos claro que hay que seguir luchando. Somos unos luchadores natos, pero ahora más que nunca”, termina.