Las más altas instancias del Estado alaban y bendicen la existencia de la prensa “libre” en una sociedad que se autodefine como “democrática”. Libertad y democracia son palabras rotundas donde las haya. Y de la palabra a la realidad, del dicho al hecho, parece no sólo haber un trecho, sino en ocasiones desgraciadamente bastante frecuentes, un abismo. Porque en una sociedad libre e igualitaria todas las personas deben ser tratadas con igual dignidad. No hay en el ideario de las libertades y de los derechos humanos nada que permita hacer distingos en cuanto a la dignidad de cada ser humano. Esto naturalmente es la teoría, ya que cotidianamente se asiste a situaciones en las que unas personas, muy pocas, son tratadas dignísimamente y a otras poco menos que como a objetos que deben ponerse aquí o allá. Y ello en función de directrices que emanan de quienes, nada permite sospechar que tengan en consideración que los profesionales de los medios son seres humanos.
Y es evidente que siempre cabe la posibilidad de coger las de villa diego, cuando las personas particulares que asisten a unos determinados eventos se sienten “maltratadas”. Pero hay otras personas cuya asistencia es obligatoria con base en su trabajo. Y estás tienen que soportar impertérritas ese “maltrato”, ese “ninguneo”, esas “desconsideraciones”, esas “discriminaciones”, porque de recoger la noticia, el testimonio o la imagen, se trata y es lo que se espera de ellas en sus respectivas empresas informativas.
Cualquier persona que conozca a otras que desempeñen trabajos de periodista, redactores, reporteros, operadores, productores, locutores, corresponsales… podrá contrastar con ellas que no es infrecuente que se le trate como a “ganado” por parte de los servicios de “protocolo” que dirigen los eventos, a los que deben dar cobertura informativa. Muchos de ellos se realizan a la intemperie, con temperaturas extremas, y pocas veces se piensa, por parte de quienes organizan los actos, que la prensa, los medios, van a estar allí mucho tiempo de pie y al sol, y deberían ser tratados como si de el más alto dignatario se tratara: con respeto y consideración. Hacen su trabajo y son los que realzan lo que allí ocurra y, en multitud de ocasiones, es más importante, para quienes protagonizan los actos, la proyección mediática de los mismos que lo que realmente en ello ocurra. Más aún, cuando la intervención de figuras destacadas del Estado y grandes empresas multinacionales otorgan al evento un carácter de acontecimiento. De todo ello hubo en la reciente visita de los Reyes de Holanda y España al puerto de Algeciras. Las cabezas coronadas no se prodigan por estos pagos y cuando aparecen y, a pares, es evidente la expectación que suscitan. Además, se enmarca esta breve visita en la presentación de un proyecto multi mil millonario para la producción y transporte de millones de toneladas de combustibles no contaminantes (hidrógeno verde-Amoniaco), desde la Bahía de Algeciras al puerto de Rotterdam. No toca ahora entrar en consideraciones sobre el por qué y el para qué de estas presencias reales. De cómo pueden, y si hacía falta, respaldar este publicitado “magnífico proyecto”, ya que de por sí es más que noticiable. Tampoco se sabe si algunas personas reporteras pretendieron indagar en las relaciones que pudieran existir entre los representantes de las casas reales y los intereses económicos de las multinacionales empresas que se aprestan a desarrollarlo, sin ni siquiera esperar a que se materialicen las subvenciones europeas, que sin duda llegarán algo más adelante. Lo cierto es que las personas de los medios fueron “maltratadas” no ya por las condiciones en las que se les ordenó hacer su trabajo, por aquello del protocolo, seguridad, sino que además, unos medios tuvieron preferencia sobre otros para realizarlo. Así los gabinetes de prensa de los entes organizadores ocupaban posiciones más ventajosas para captar imagen y sonido. Pero el remate fue cuando, en voz alta, cual aula de primaria, se llamaba por el nombre de la empresa a las pocas que tenían el “privilegio” de estar más cerca e incluso formular preguntas. No parece muy “democrático” que se pretenda poner límites a la cobertura informativa. Más allá de las razonables medidas de seguridad, quienes confeccionan los protocolos deben pensar en atender a las personas de los medios como quisieran ser atendidos si fuesen ellas mismas reporteros, cámaras, locutoras, redactoras…
En definitiva, consideración, respeto y trato igualitario a quienes deben trasladar a la ciudadanía, mediante los medios de comunicación, lo que ocurre en cada evento. Por lo demás agradecimiento a estos que a pesar de los inconvenientes realizan de la mejor manera posible este imprescindible trabajo en una sociedad democrática.
Fdo rafael Fenoy