Reflexiones muy poco navideñas
A quienes desde hace tiempo estamos convencidos de que el surrealismo y la negación más cerril de los principios constituyen la tónica de la política española (y no solamente española, claro)...
Pero a mí al menos todavía me causa perplejidad que se aprueben tranquilamente unos Presupuestos de imposible cumplimiento y que todos lo sepan, comenzando por quienes los aprueban, por ejemplo. O que las cuentas de las autonomías, todas sumadas a la hora de negociar la financiación, asciendan a más del ciento cuarenta por ciento de lo que es la realidad de la contabilidad nacional: es, reconózcanlo conmigo, otro síntoma de la españolísima manera de hacer las cosas. Como lo es el hecho de que quien lleva el timón a la hora de negociar esa financiación autonómica quiera cuadrar el círculo de este sudoku dando la razón, en horas sucesivas, a quienes plantean soluciones contrapuestas: el president de la Generalitat, José Montilla, o el de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, o la presidenta madrileña Esperanza Aguirre... ¿Será posible enmarcar todo eso en una sola pintura? Muy abstracto va a salir, sin duda, ese cuadro. O, como decía al comienzo, muy surrealista, que es un estilo que conviene poco a la conducción de la cosa pública.
Todo ello, el batiburrillo, la falta de claridad, las contradicciones flagrantes que a nadie parecen importar, constituye, entiendo, un conjunto de síntomas de una falta notable de ética política. Y de estética. Casi tan antiestético, descendiendo a los detalles, como ese pleno del Ayuntamiento de Pinto (Madrid. Pero ¿qué diablos pasa en la política madrileña?), en el que un tránsfuga, animado por los peores estímulos, ha posibilitado un vergonzoso vuelco político. ¿No habíamos hecho un pacto para desterrar esa corrupción máxima que es el transfuguismo? O como esos intentos del gobierno regional de Madrid por hacerse, alterando las leyes, con la Caja; siempre se acaba metiendo la mano en la caja...
Qué quiere usted: este cúmulo de despropósitos políticos –y solamente he ofrecido cuatro ejemplos–, tan ajenos a los valores que pensamos que deberían informar la actividad de quienes nos dirigen, me hace sumirme en reflexiones muy poco navideñas. ¿A usted no?
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