La verdadera cuesta de enero en nuestra ciudad es la que se sube corriendo en la primera quincena del mes. Y por partida doble. La de la Avenida de Madrid y la de los Escuderos.
La primera parece interminable y la segunda escuece. Revienta las piernas y destroza al forastero que recorre las calles de Jaén a golpe de zapatilla cuando llega San Antón. La carrera que nos hace diferentes en la noche más jaenera del año.
Esa noche en que nosotros ponemos el fin a nuestra Navidad prolongada. La más larga del mundo y que obliga a que en algunas calles las luces navideñas aún permanezcan cuando el mes de enero ya lleva una quincena de días restados al calendario.
Hasta que llegue el día, en el amanecer y en el atardecer de Jaén se repite una escena que va en aumento hasta que termine por explotar la noche del sábado 18: el goteo constante de gente corriendo en una u otra dirección del kilométrico Gran Eje enfundados en multicolores cortavientos. Ese será el preludio de lo que está por llegar.
Y también en la previa de estos días, el ritual de la recogida del dorsal y la bolsa del corredor que el año pasado generó expectación, polémica, titulares y hasta se coló en una copla de la final del Concurso Oficial de Agrupaciones del Carnaval de Jaén en la actuación de la Chirigota del Pitufo. Porque la bolsa no fue una bolsa como tal, sino una mochila. O un mochilón.
La mochila de San Antón del año pasado forma parte ya del imaginario icónico no sólo de la carrera, sino del patrimonio jiennense. Luce un estridente San Antón en letras gigantes que delata su procedencia jaenera igual que las sombrillas del Alcázar omnipresentes en las playas de la Costa del Sol.
En el pasado puente de la Inmaculada una jaenera dejó atónita a una azafata de vuelo en el aeropuerto de Málaga cuando la azafata se puso farruca diciendo que ese mochilón no subía como equipaje de cabina, y la jaenera pasajera no se achantó y demostró que el mochilón abulta e impresiona, pero tiene un fondo interminable que permite ir un fin de semana entero a Ámsterdam con lo justo y necesario y hasta le sobra espacio.
Alguna madre le da uso como si fuera un canguro y se pasea por casa transportando al retoño de aquí para allá metido en la mochila, con la cabeza asomando, tirando de ingenio y funcionalidad. A los aficionados prácticos de Jaén incluso les cabe el capote y la muleta en el interior perfectamente, y se les ve de vez en cuando por el parque del Bulevar sin que nadie sospeche que ahí no van unas zapatillas de correr sino los trastos de torear.
Y desde el año pasado hasta ahora se ha convertido incluso en regalo de cortesía del Ayuntamiento de Jaén después de que Agustín González y especialmente a Chema Álvarez les doliera la cabeza más de la cuenta que la mochila no estuviera en tiempo y forma porque un barco cargado con diez mil mochilas de San Antón tuviera que retomar su rumbo surcando el Mar Rojo tras ser asediado por las fuerzas hutíes.