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Muchos años después, frente al televisor, recordé aquel remoto día en el que un tío mío me llevó a conocer personalmente a Karina cuando aún vivíamos en Jaén. Una cadena de televisión emitió la otra noche la película ‘En un mundo nuevo’.


Y ahí estaba Karina, jaenera, rubiaza, jovencísima, con sus ojos verdes -hay quien dice que el verde es un fracaso del azul, en este caso no-, con una mirada como de flechas que se clavan una vez y una vez más, porque Karina vivía entonces en una casa próxima al Arco de San Lorenzo, en Jaén, y todos los alumnos de Primaria de un colegio de la zona la admirábamos muchísimo. Yo el que más. Pero no, no éramos ni Romeo ni Julieta, aquellos que murieron por su amor, porque Karina era bastantes años mayor que yo, y el día que me la presentaron me hizo poco caso, la verdad, pero me premió con una carantoña en el pelo y a mi eso ya no me lo quita nadie. Karina, a simple vista, parecía de cara al exterior la cantante más guapa de un coro de ursulinas, pero observada con detenimiento se adivinaba en ella a una hembraza contenida, con un mujerío anestesiado, a una mujer/mujer disfrazada de ñoñería para engañar al público. Con todo respeto: Karina era como una virgen orgiástica. Y desde la televisión volví a oírla cantar la otra noche aquello de al fin del camino en ti llevarás la fe y la ilusión de vivir, con muchos matices de voz, en plan gran cantante, mucho lo tuyo, Karina, bellezón.

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