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Continúa el PP con esa cantinela a la que se ha aferrado para ejercer su oposición. La de que el Gobierno no hace nada para combatir la crisis y lo poco que hace no son más que parches con los que tapar agujeros a fin de que el barco no se hunda...

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Continúa el PP con esa cantinela a la que se ha aferrado para ejercer su oposición. La de que el Gobierno no hace nada para combatir la crisis y lo poco que hace no son más que parches con los que tapar agujeros a fin de que el barco no se hunda. Resultaría creíble ese discurso si las primeras economías del mundo no hubieran optado por medidas similares a las que aquí se han venido adoptando y que son, a la postre, las únicas que se podían adoptar, para encarar el temporal y no mandar el sistema a la puñeta. Si la iniciativa privada no responde, por temor a la pérdida de beneficios, es la pública la que ha de tomarle el relevo, con el mantenimiento de la inversión, por un lado, y con políticas de apoyo a las familias, a las empresas y a las entidades financieras, por otro, así como la reducción de la carga fiscal a los que menos tienen en detrimento de los que más tienen, aun a riesgo de disparar el déficit, todo ello sin poner en riesgo las condiciones que la actividad empresarial precisa para salir a flote y no irse a pique sin remedio. Luego no es verdad que el ejecutivo de ZP no haya movido un dedo. Empezó a actuar a primeros de 2008 y entonces, aunque los indicadores económicos no eran nada buenos, los organismos internacionales sólo limitaban las predicciones de crecimiento.

Por eso, en plena campaña electoral, por aquellas fechas los dos principales partidos contendientes hasta se permitían prometer más de 2 millones de empleos. Ahora son muchos los que dicen que esto que está sucediendo se sabía. Cada vez que se produce una catástrofe no prevista suele ocurrir lo mismo.

Debe ser cosa, digo yo, del miedo atávico a lo desconocido, propio de la especie y tan proporcional a sus anhelos. Pero lo cierto es que ni en 2007 ni a principios del año pasado se barruntaba la que podía caer y la que está cayendo, excepción hecha de lo sucedido con el sector de la construcción, en el caso de España. La globalización nos ha deparado una más de las suyas y, entretanto, los que son sus defensores más conspicuos, a la par que reconocidos patriotas, todavía arremeten contra el intervencionismo y el proteccionismo, como si uno y otro proceder se acabaran de reinventar y fueran los únicos impedimentos para volver a tiempos de bonanza. Esa bonanza, dicho sea de paso, de la que sólo saca gran provecho una tercera parte de la humanidad, la misma tercera parte de siempre. Días pensando que no estaría mal eso de que el estado en lugar de destinar a los paña.

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