Las elecciones del pasado domingo han roto un par de mitos que políticos y periodistas solemos manejar hasta la extenuación en tiempo de campaña...
Las elecciones del pasado domingo han roto un par de mitos que políticos y periodistas solemos manejar hasta la extenuación en tiempo de campaña. El primero, que una abstención alta perjudica las opciones de los partidos de izquierda. Pues ya ven, el bipartito gallego ha sido desalojado del poder con la participación de siete de cada diez gallegos, que habrían firmado ante notario un día antes de las elecciones tanto Touriño como Quintana. El segundo mito: que tras las elecciones debe de formar gobierno quien encabeza la lista más votada o quien obtiene mayor número de escaños. El procedimiento exige que el primer intento le corresponda, pero en una democracia parlamentaria como la nuestra gobierna quien logra los votos suficientes en las cámaras para ser investido. Dado que Patxi López ha manifestado su intención legítima de intentar ser lehendakari y el PP, la suya de facilitárselo, esperemos no oír en un futuro dolidos cantos plañideros de quien se vea desalojado del poder por esta vía democrática.
En la noche electoral gallega, tanto Núñez Feijoo como Touriño dieron una lección de cómo celebrar una victoria y asumir una derrota haciendo gala de una altura digna de elogio. También ellos han contribuido a enterrar otros mitos instalados en nuestra cultura política. Feijoo, el de la dificultad de conseguir una victoria a la primera, remando contracorriente y sometido a la presión del pasado victorioso de Fraga y del presente comprometido de Rajoy. Y Touriño ha aportado su nombre a la larga lista de personajes que desmienten eso que se da por verdad absoluta, que aquí no dimite nadie. Como ya escribí poco después de la dimisión del ministro Bermejo, aquí lo que sucede es que unos dimiten más que otros.
A lo largo de los 30 años de democracia los ciudadanos han dado con su voto lecciones extraordinarias a los grandes partidos políticos. Lecciones hacia las que suelen mostrar una actitud refractaria que, antes o después, acaba pasando factura en las urnas. La del pasado domingo tiene miga. En Galicia, los derrotados tendrán que explicarse sobre cómo se puede despilfarrar como lo han hecho una oportunidad histórica, y los vencedores tendrán que leer muy bien si es posible mantener hasta el infinito discursos como el de Baltar y el de Feijoo en un mismo proyecto político. Y en Euskadi, el sudoku que han puesto sobre la mesa tiene tintes endiablados. Se necesitará mucha altura política para resolverlo, pero difícilmente se entendería que la enmienda a la totalidad elevada en las urnas contra el tripartito supusiera una prórroga para Ibarretxe. Cualquier fórmula para resolver el problema está cargada de paradojas y de minas. Pero ninguna será tan extravagante como la del gobierno saliente en que convivía la derecha nacionalista con la izquierda internacionalista, empeñado en imponer un plan soberanista con el apoyo necesario de un partido que acabó ilegalizado por “ser instrumento de ETA”. En fin, para cosas extrañas en Euskadi, las vistas hasta ayer.