Cuando la imagen titular de una Hermandad va a volver a casa, tras unos meses de ausencia, sus cofrades, a los que se le ha hecho eterno este tiempo, cuentan los días para tenerla de nuevo entre ellos. Y esto es lo que ha sucedido en la Hermandad de la Buena Muerte, cuya imagen titular, el Stmo. Cristo de la Buena Muerte, que tallara nuestro comprovinciano, Jacinto Higueras, en 1926, ha estado fuera ocho largos meses que han contado como siglos para los hermanos blanquinegros.
La imagen sufría un preocupante deterioro de su policromía en cara, brazos, hombros y cabellera, apreciándose grietas donde se acumulaba el polvo y provocaba la entrada de humedad que originaba levantamientos de la capa externa. Además tenía repintes puntuales procedentes de una restauración realizada por un pintor local en los años sesenta; usando técnicas, quizá poco adecuadas, más bien propias de aquél momento histórico, pues el concepto de restauración de una obra de arte ha sufrido considerables avances en las últimas décadas.
El estado de la talla preocupaba a la Junta de Gobierno que inició las gestiones adecuadas para su restauración. En ese momento surgió la intervención decidida y eficaz de nuestra alcaldesa, así como la del concejal de Cultura de nuestro Ayuntamiento, José Montané, persona que siempre ha mostrado interés por nuestras cofradías e incluso ha escrito algún libro analizando artísticamente las imágenes de la pasión jaenera.
Como es de bien nacidos ser agradecidos, la Hermandad de la Buena Muerte siempre reconocerá la gestión oportuna y decisiva de estas dos personas que mantuvieron contactos, con la Delegación de Cultura y con distintas Consejerías del gobierno andaluz hasta conseguir que la imagen fuera trasladada al Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, centro puntero en técnicas de restauración, que tiene su sede en la sevillana Isla de Cartuja, en la antigua fábrica de cerámicas. Restauración que no costará nada a la Hermandad, hecho que es asimismo digno de agradecimiento, pues cualquier economía cofrade anda siempre en crisis y hubiera sido una carga difícil de soportar por la tesorería de la Hermandad.
Han sido muchas las visitas que hemos realizado a dicho centro en estos meses, pues la añoranza de nuestro Cristo era para nosotros casi insoportable. En una de ellas lo vimos sin su cruz, tendido sobre un soporte. La visión nos dejó sin habla, porque allí podrían apreciarse con nitidez las proporciones de gigante que tiene el crucificado de la Buena Muerte, que lo hacen tan impresionante cuando está erguido en su calvario procesional, sobre su jardín de claveles, tintos en sangre redentora, cruzando el umbral de la Puerta del Perdón para bendecir la primavera jaenera y a los habitantes de esta ciudad de luz, que lo esperan hechos un racimo de pasión en la Plaza de Santa María.
El equipo técnico y el restaurador, Juan Alberto Filter, han hecho un trabajo preciso y precioso. La imagen ha sufrido limpiezas, fijaciones de estratos, reintegraciones de estucos y de color y consolidaciones estructurales en distintas partes de su cuerpo. Ahora está tal como la concibió el artista cuando la diseñó en su mente y le dio forma a la madera, con la intervención divina, pues no me cabe duda que la gubia de Higueras estaba sostenida por la mano de Dios.
Vuelve el Señor de la Buena Muerte, el gigante catedralicio, el Atlante crucificado. La catedral no era la misma sin su imponente presencia. Vuelve restaurada la imagen sagrada en torno a cuya devoción nació esta Hermandad, cuyos mil doscientos cofrades están de fiesta porque añoraban su regreso. Vuelve la talla redentora que nos tiene congregados en una devoción común y cuyas proporciones, severidad y dramatismo, han marcado desde siempre las características y estilo de esta hermandad jaenera, que en muchas etapas de su largo recorrido ha sido un ejemplo para las demás cofradías de la ciudad. El próximo Viernes, a partir de las once de la mañana, en la Sacristía Mayor de la Catedral lo recibiremos sus cofrades y los fieles que quieran acercarse al templo matriz de la Diócesis para presenciar el acto.
Vuelve, aunque nunca ha estado lejos. Su grandeza, que se hizo pequeñez en su sacrificio voluntario, ha estado siempre dentro de nosotros y ha mantenido intacta nuestra fe cofrade.