Parcas explicaciones y lenguajes vanos. Nada escrito y todo por decir. Apenas unos minutos para discernir las entrañas de lo que sigue siendo un futuro incierto. No quieran vendernos las bondades de unos acuerdos teatralizados en los que los pocos que salen en la foto ganan y los muchos que les dan de comer con sus sueldos pierden. Manos unidas artificialmente para escenificar recuperaciones que no terminan de llegar, sonrisas de soslayo, miradas incómodas que nos dibujan el engaño de unos pactos que pretenden tranquilizarnos como las maternales manos del todopoderoso Estado de Bienestar que, según dicen sus señorías de Moncloa, se mantiene intacto. Defender vergüenzas ensobradas en vez de purgar responsabilidades. Todo por el partido, todo por las siglas, todo por un voto. El PP lo sabe bien.
También los socialistas, ideólogos de este modus operandi, cierran filas ante la evidencia de 29,5 millones de euros. Agonizante, moribundo, perdido; ese ideal democrático de país se ha diluido como un azucarillo en té caliente después de continuas embestidas de corrupción. Nada nos creemos y todos creen que están en posesión de la verdad. Si se llegan a levantar las alfombras y abrir los ventanales conoceremos los suburbios, la prostitución del sistema. Entonces nos daremos cuenta de que hemos sido cómplices (in)voluntarios al mirar a menudo en la dirección que más se aleja del territorio hostil.
Desde fuera, incómodos prefectos vienen a adoctrinarnos sobre cómo debemos caminar marcándonos el paso a modo de batallón, eso sí, descabezado por un presidente anodino. Pasamos de estar en la primera fila -en el palco se llegó a decir- a hacinarnos en el último vagón, a remolque, sin combustible y con un motor de segunda mano. Antes no éramos tan buenos ni tan inteligentes, quizás fue sólo un espejismo por saber administrar bien las rentas heredadas, pero los egos, los votos y el miedo impidieron ver -léase admitir en público- la convulsa etapa en la hoy estamos inmersos y que, por mucho que dibujen las cifras actuales, nos deja un escenario asolado por unos ajustes que, desde Europa y en petit comité, se han calificado de excesivos considerando lo que ha sido y lo que es España.
Parece que la lección no se ha aprendido; quizás sea un nivel demasiado avanzado al que nuestros dirigentes no suelen estar acostumbrados. Siguen tapando bocas, manipulando titulares, convirtiendo en ciegos a los críticos y en gurús a los lacayos. Intentos vanos. El cortejo se desmorona, sólo se sujeta con favores pendientes y debidos. Sigan tapando las vergüenzas yocultando las pruebas, pero no importa, ya sabemos dónde encontrarlas aunque algúnfiscal les resten valor legal. Nada nos creemos; todo se pudre... pero algo es seguro en esta película de Tim Burton: la única verdad es la gran mentira.