El artículo de I. Bosque “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer” (El País, 4 / 03 / 2012) reavivó el debate social entre los partidarios de introducir modificaciones en nuestros usos comunicativos para evitar el sexismo lingüístico y quienes rechazan las guías para un uso no sexista del lenguaje.
El debate se ha radicalizado dando lugar a dos posturas antagónicas, cada una de las cuales ha generado su propio fundamentalismo:
a) Unos, que defienden la absoluta independencia de la lengua con respecto a la realidad. Apoyándose en el carácter arbitrario del género, afirman que el sistema de la lengua no es sexista, aunque sí pueda serlo su uso.
b) Otros, que parten de la existencia de una interrelación entre lengua, pensamiento y realidad, y consideran al género como categoría motivada. Dada esa interrelación, afirman que la lengua refleja la sociedad patriarcal dominante en la que vivimos, y desde esta posición, defienden la intervención activa en ella.
Las posiciones se han polarizado. Pensemos en ciertas definiciones como “ladrillo del patriarcado” para el uso del masculino genérico; o, del otro lado, en las opiniones vertidas en los medios de comunicación por escritores de la talla de Javier Marías o Arturo Pérez Reverte, entre otros, alguno de los cuales llega no sólo a la descalificación y ridiculización, sino incluso al insulto.
Factores ideológicos de diferente signo crean interferencias en procesos tan espontáneos e históricamente naturales como el de la creación de femeninos específicos. Y si es cierto que en esta peculiar batalla unos esgrimen el principio de economía como objetivo último del funcionamiento del sistema, no lo es menos que la necesidad de hacer una operación referencial clara y precisa constituye un exigencia vital para que la comunicación sea eficaz.
Lo más sorprendente de todo es que las citadas guías coinciden en lo esencial con la RAE en la defensa a ultranza de la independencia entre género gramatical y sexo, o en la del uso del masculino genérico, que, en general, estas guías solo condenan en el caso de que implique ambigüedad o imprecisión en la asignación referencial.
Una vez que se analizan las guías, se va afianzando progresivamente la impresión de estar ante un falso conflicto, una espesa cortina de humo, falsas dicotomías que impiden ver con claridad nuestro objeto de estudio.
Admitir que el género está pragmáticamente motivado no supone negar la arbitrariedad del signo lingüístico, puesto que el principio de la arbitrariedad no sólo no contradice, sino que implica el carácter históricamente motivado de la lengua.
Género gramatical y discurso sexista es una defensa del carácter naturalmente motivado del género gramatical en el caso de los sustantivos con referencia [+animada], especialmente [+humana], cuando están tomados en un plano específico.
El que es así lo confirma la natural tendencia, documentada desde los orígenes de nuestro idioma, de adaptar la terminación para ajustarla al género o viceversa, hecho que nada tiene que ver con el lenguaje políticamente correcto, por más que algunos hayan querido rentabilizar estos recursos electoralmente.
Arquitectas, médicas, aparejadoras, rectoras, presidentas, etc. no hacen sino incrementar esa lista que fue creciendo a medida que las mujeres iban emergiendo, ocupando cada vez ámbitos más amplios de la esfera pública.