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La Gatera

Aleixandre

Aunque en la lápida del cementerio madrileño de La Almudena donde está enterrado el poeta Vicente Aleixandre reza que éste falleció el 14 de diciembre de 1984, cuentan que realmente murió pasadas las once de la noche del día 13...

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Aunque en la lápida del cementerio madrileño de La Almudena donde está enterrado el poeta Vicente Aleixandre reza que éste falleció el 14 de diciembre de 1984, cuentan que realmente murió pasadas las once de la noche del día 13. Pero el párroco de la familia, por lo visto, pospuso la hora de la muerte al día 14 para hacerla coincidir con el día de San Juan de la Cruz, el santo poeta (o poeta santo) que tanto admiraba Aleixandre. Sea como sea, en estos días se cumplen treinta años que nos falta el poeta de la casa de las puertas abiertas. Nadie como Aleixandre supo acoger a la generaciones que vinieron más tarde dispuestas a leerles sus versos (buenos o malos) a aquel buen hombre de salud quebradiza que los escuchaba pacientemente echado en el sofá y tapado con una manta.

Ha sido siempre Aleixandre un poeta que no hemos sabido leer en profundidad. Y que a pesar del festejado premio Nobel, creo que no ha recibido toda la atención que merecía. Exceptuando a su peluquero. Verán. Les cuento.

Contaba el propio Aleixandre (en su recomendable libro “Los encuentros”, donde se demuestra como por esa casa de la calle Velintonía pasó toda una generación de poetas) una anécdota protagonizada por el peluquero al que acudía regularmente. Éste, que respondía al nombre Eduardo, le guardaba mucho respeto a los escritores, y aunque el buen hombre no era muy hablador, en algunas ocasiones distraía a la clientela con algunos pormenores de otros clientes. Sobre todo los que llevaban mas tiempo acudiendo al establecimiento. Aquel día, mientras atendía a Aleixandre comenzó a hablarle de un señor mayor que acudía habitualmente.

-Por cierto, que escribe versos también.
-¿Ah, sí? -respondió Aleixandre-, ¿y cómo se llama?
-No, no es conocido- dijo el peluquero.
-Y dice usted que le gusta hacer versos -insistió Aleixandre-. ¿Cómo se llama?
-No, no es conocido. Y si hace versos será de afición, no es lo suyo. Al parecer, atiende otras obligaciones.
-Vaya, pero ¿cuál es su nombre? -insistió Aleixandre.

Hubo una pausa. El barbero pareció encogerse todavía de hombros, como si no valiera la pena. Por fin dijo:
-Don Antonio Machado.
Si olvidar es morir, decía él, treinta años no tienen la menor importancia. Aleixandre sigue aquí.

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