Es ya como una liturgia expandida entre cada ocasión, en la que papel y lápiz, por un lado, y la esponja de los sentidos dispuesta a bebérselo todo, por otro, nos sentamos frente a un café y dejamos que las manecillas del reloj lleven su frenético ritmo, sin que nada nos detenga.
Carmen Sánchez Ruda, pintora-restauradora, inicia con una ilusión desbocada el relato de su aventura en la Iglesia de las Angustias de Ayamonte, para dar buena cuenta de la responsabilidad que se ha echado encima para restaurar el cuadro ‘Las ánimas benditas’, o ‘San Miguel Arcángel’ del autor ayamontino Joaquín González Sáenz y fechado en 1939, pero con marco de 1620.
Ha trabajado la restauradora todo el invierno y parte del otoño, en muchos momentos a más de cinco metros de altura en un andamio, que no es su hábitat natural. Con frío en muchas ocasiones como fiel compañero. Con visitantes curiosos preguntando por mil y un detalles que tienen que ver con su trabajo o con cualquier imagen o duda sobre la iglesia ayamontina. Meses en los que ha realizado esa limpieza superficial al cuadro, quitándole el polvo. Fijando la policromía tanto en el cuadro como en el dorado del marco. Haciendo una limpieza especial tanto al lienzo como al jaspeado. Cubriendo la falta de estuco y policromía con sulfato de sal y cola para finalmente realizar esa reintegración cromática, igualando el original. Es un juego de pigmentos con el que se encuentra familiarizada y que le permite darle de nuevo vida a una obra que se ha deteriorado con el paso de los años.
Durante estos meses en los que el amplio retablo le ha ganado la curiosidad y ha puesto a prueba su profesionalidad, ha tenido opción de encontrarse lugares donde debajo de la purpurina no había oro, solo oxido rojo ( viejas secuelas de la guerra civil). Han puesto también a prueba su nivel de condición física al tener que jugar con el equilibrio y la coordinación para salir victoriosa de ese encaramarse a un andamio a cada instante. Y muchas veces ha tenido que echar mano de la máscara, para evitar la toxicidad de los materiales utilizados. Pero como bien dice, no solo la experiencia ha sido positiva y reconfortante, sino que ha posado junto a su obra para ser objeto de interés para los muchos turistas que la han fotografiado. Yo no tuve que rogar mucho para hacer la última foto en el andamio, antes que llegaran a desmontarlo por aquello de que los pasos de algunas Hermandades están pidiendo sitio en la iglesia previo a los próximos desfiles procesionales.
Y mientras dejamos que se diluya el olor a café recién hecho, Carmen habla con esa fluidez que le da cada sensación agradable de su trabajo, ver las facilidades con las que ha sido tratada por parte tanto del obispado, del ayuntamiento o de la propia iglesia. Recordar que como leíamos en las novelas históricas, este trabajo viene patrocinado por una familia particular, algunos de los hijos de quien patrocinara el mismo en 1939, hoy, los herederos de Ramón Vázquez y Laura Vázquez. Y casi a punto de levantarse urgentemente, para seguir con su ingeniería restauradora, le da tiempo de indicarme, que en unos días se va a Isla Cristina para empezar un nuevo trabajo, y espera encontrar un hueco para terminar unas esculturas que tiene en su taller y debe, además, sacar algún minuto para ir perfilando esa exposición colectiva en la Casa Grande de Ayamonte para el próximo mes de julio. Lo que dudo es que pueda rebuscar en la bibliografía todo aquello que habla del Barroco, que tanto le entusiasma.
Su ritmo es contagioso, pero mejor desenganchar el vagón de cola y disfrutar del tiempo que queda aquí en La Laguna con un periódico por delante y un nuevo café recién hecho. Señora hasta luego.