La bruma de las noches
Me lee la ciudad. Me lee sin expectación, pero me lee. Le escribo a la ciudad. Le escribo por imitación, pero le escribo...
Me lee la ciudad. Me lee sin expectación, pero me lee. Le escribo a la ciudad. Le escribo por imitación, pero le escribo. Danzamos ustedes y yo en este baile de las palabras, y descubrimos en nuestros encuentros que son más las cosas que nos unen, que las que nos separan. Que ustedes no tengan expectación por mí es algo bueno, pues significa que no me otorgan un principio de autoridad que no merezco. Que yo escriba por imitación es algo bueno, pues significa que he comprendido que todas las historias han sido contadas antes, de alguna forma. Me limitaré por tanto, con todo el respeto, a usar la primera persona del singular y la primera del plural -lo cual ya es, a mi juicio, todo un atrevimiento. Pero si están leyendo esto, es que acaban de aceptar mi mano, y ya estamos bailando.
Justo antes de salir a la pista de baile se me montan los tendones, y esta vez no permito que el dolor alcance su punto álgido. No sé bien si es porque me quiero más o porque me aburrí de estudiar las formas de expresión del sufrimiento como una de las sensaciones más estimulantes del ser humano, pero agarro el músculo que busca salirse de mi pierna y recompongo la distribución adecuada de mi cuerpo: la carne con la carne y el hueso con el hueso.
Nos miramos a los ojos desesperadamente, pero guardamos una esperanza en alguna parte, intacta. Cubrimos nuestros cuerpos con manos melancólicas, y nos construimos como siameses por unos minutos. La arquitectura de las noches se erige sobre los silencios que no debimos haber guardado; la de los días, sobre las palabras que no debimos haber dicho. Precipitémonos hacia adentro. Encontremos el hueco que lleva hacia lo más profundo de nuestro ser y lancémonos al vacío. Un vacío que llenaremos con nuestros propios cuerpos si somos lo bastante valientes para entendernos y lo bastante sensatos para sabernos útiles a nosotros mismos.
La música va a tocar a su fin en unos instantes, y es posible que muchos de nosotros no volvamos a encontrarnos de nuevo. Por mi parte, volveré a enredarme en estas líneas cada semana, y esperaré a que alguien agarre mi mano. Y me saque a bailar.
ojosdebosque.blogspot.com
Justo antes de salir a la pista de baile se me montan los tendones, y esta vez no permito que el dolor alcance su punto álgido. No sé bien si es porque me quiero más o porque me aburrí de estudiar las formas de expresión del sufrimiento como una de las sensaciones más estimulantes del ser humano, pero agarro el músculo que busca salirse de mi pierna y recompongo la distribución adecuada de mi cuerpo: la carne con la carne y el hueso con el hueso.
Nos miramos a los ojos desesperadamente, pero guardamos una esperanza en alguna parte, intacta. Cubrimos nuestros cuerpos con manos melancólicas, y nos construimos como siameses por unos minutos. La arquitectura de las noches se erige sobre los silencios que no debimos haber guardado; la de los días, sobre las palabras que no debimos haber dicho. Precipitémonos hacia adentro. Encontremos el hueco que lleva hacia lo más profundo de nuestro ser y lancémonos al vacío. Un vacío que llenaremos con nuestros propios cuerpos si somos lo bastante valientes para entendernos y lo bastante sensatos para sabernos útiles a nosotros mismos.
La música va a tocar a su fin en unos instantes, y es posible que muchos de nosotros no volvamos a encontrarnos de nuevo. Por mi parte, volveré a enredarme en estas líneas cada semana, y esperaré a que alguien agarre mi mano. Y me saque a bailar.
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