Si la democracia tira en España no es por mérito de los españoles, sino porque así conviene a la tropa finolis que manda en Europa, que si por nosotros fuera hace mucho que nos hubiéramos acogotado. Lo nuestro siempre acaba en vendetta o en sainete donde los personajes se ciscan en los principios de la Constitución y hasta en los muertos de sus santos padres.
Pedimos que se nos trate con guante de seda cuando somos las víctimas de los juicios paralelos y, por el contrario, no dudamos en exigir que el infierno se abra a los pies de los que nos son contrarios o piensan distinto, obviando que la democracia o es igualdad o es nada. Y justamente nada nos hace más iguales que el principio de presunción de inocencia.
Se preguntarán que a qué obedece tanto pesimismo en vena, a lo que contesto que todo surge de los comentarios que me llegan al hilo del más que cantado regreso de Marín Lara. Una vuelta al ring público que, dicho sea de paso, nunca se hubiera producido de no darse en nuestra ciudad las condiciones necesarias para que medren este tipo de populismos. Toti conoce el caos socioeconómico, habla a las vísceras de la gente y ve sitio dentro de un sistema político a la deriva, moribundo, desde hace cuatro años.
Soy de los que piensa que Toti decidió el regreso justo en el minuto uno del caso Acinipo, por lo que para mí nada tiene de extraño que ahora desempolve el uniforme de general peronista en un intento ―legítimo― de lavar su imagen a golpe de voto.
Su laberinto procesal es sobradamente conocido. Que está imputado y que se le pidió una fianza de ciento cincuenta mil euros es algo que todavía abre y cierra tertulias. No seré yo quien diga o califique, más que nada porque creo que él anda sobrado a la hora de pregonar su inocencia o denunciar que casi cuatro años después de que lo detuviesen los maderos todavía está pendiente de juicio, que ya es guasa. Cuando la justicia se duerme en las hojas del almanaque, cobra tintes que nos recuerdan que no hay nada más cruel que jugar con el tiempo de las personas. El tiempo es lo más valioso que tenemos: no somos eternos y cuatro años en la milla verde de las malas lenguas es algo muy difícil de llevar.
Obligado es decir que la condición de imputado no es sinónimo de condenado y que sólo significa que te están investigando, por lo que en ningún caso el imputado pierde su derecho constitucional a participar de la política, ya se llame Griñán, Chaves, Urdangarín, Imbroda, Bárcenas y hasta Guerrero el de la coca. Justo eso nos hace ciudadanos. Distinto es lo que venga después.
Entrar en asuntos procesales para exigir la dimisión de alguien por hechos no probados o cuestionar que una persona vaya en lista o concurra a unas elecciones, como exteriorizan aquellos que le niegan a Marín Lara su derecho a presentarse a las municipales de mayo, es, sencillamente, ciscarse en la democracia, en el estado de derecho y, sobre todo, en la presunción de inocencia. No es el imputado el que tiene que demostrar nada, sino la policía y la jueza las que deben aportar pruebas irrefutables que sirvan para condenar y, entonces sí, retirar derechos políticos.
Sea que Toti tiene toda la legitimidad del mundo a presentarse. Distinto es que no se pueda hacer un memorándum de sus particulares maneras de gobernar, recuerda, aquellas que ahora pretende ocultar detrás de esa voz suave con la que nos juraba en Ondaluz TV que su carácter ha dejado atrás los modos ultramontanos que tantas veces hicieron chirriar los goznes de la democracia o el fin de aquellas campañas persecutorias contra todos los que le llevaban la contra o le afeaban su trajines de pactos lo mismo con el PP que con el PSOE, con el sector histórico del PA y hasta con el GIL más casposo. El estilo político de Toti no es más que el resultado de nuestros propios errores: un Frankenstein hecho de retazos de todos los colores. Y él lo sabe. Como sabe que a la suma de once nadie le hará ascos mientras a la política se vaya buscando olla.