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La novena provincia

El flautista

La revolución y la envidia son sinónimas. Al fin y al cabo, ayer como hoy, el revolucionario no es más que el que aspira a ser casta.

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EL FLAUTISTA
Cuanto más elevadas suenan las palabras, más rastreros  son los objetivos. Cuanto más se presume de altruismo, más vulgar acaba siendo el egoísmo. Y cuanto más radicales se anuncian los revolucionarios, más apoltronados acaban.
La historia está repleta de ejemplos, empezando por los propios revolucionarios franceses, insuperables modelos de envidia y vanidad, las dos caras de la moneda del canalla.

La revolución y la envidia son sinónimas. Al fin y al cabo,  ayer como hoy, el revolucionario no es más que el que aspira a ser casta. Y nunca dejará de ser así, porque el ser humano es lo que es, lo que hace que las cosas de la política también sean siempre las mismas.
Ahora lo estamos viendo de nuevo, aunque  muy bien disfrazado con maneras, eslóganes, ropajes y peinados puestos al día. La clave del rencor disfrazado de progresismo es que sus apóstoles odian a los ricos y a los poderosos, pero no a la riqueza y al poder, como lo demuestra el hecho de que, en cuanto tienen ocasión, se lanzan de cabeza a ejercer el poder con mayor vanidad y prepotencia que aquéllos a los que envidiaron.
"¡Un respeto, que yo tengo una carrera y usted no!", acaba de advertir el Kichi  en un Pleno en Cádiz. Ahí queda eso, casta pura.
No han tardado nada estos nuevos caudillos en mostrar la verdadera madera de la que están hechos: no han hecho más que pisar moqueta y ya se empiezan a conocer docenas de casos de enchufes, sueldazos, subvenciones, donaciones, patrocinios, ocultaciones, Fundaciones, fraudes, dedazos, financiaciones, vanidades, frivolidades y  privilegios. ¡Y lo que te rondaré morena!.
Pero no todo es culpa de ellos, pues han aprendido de excelentes maestros: todos aquéllos que, durante décadas y en las instituciones en teoría más respetables, desde la Casa Real , partidos, hasta los ayuntamientos, pasando por gobiernos, y sindicatos, han tenido por lema "¡Gilipollas el último!".
Por todo ello no es de extrañar que, ante este panorama, millones de personas, asqueadas de la pestilencia general,  y ansiosas de venganza, se vayan sin pensarlo tras el primer flautista que les prometa barrer las ratas. Lo que no pueden ni imaginar es que la pestilencia que han traído con sus votos es todavía peor. Ya se arrepentirán, como siempre. Pero mientras tanto nos habrán obligado a todos a soportarlo.
Algeciras a 15 de febrero de 2016
Patricio González
 

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